Pocos meses antes de ser detenido, Sean Combs había cambiado su apodo. Ya no era Puffy, ni Puff Daddy, ni P. Diddy —como fue conocido durante los años en los que creó su imperio de productor musical—: quería llamarse ‘Love'. “¡Ha llegado la era del amor!”, alcanzó a decir en medio de los múltiples homenajes realizados en agosto del año pasado a propósito de los cincuenta años del nacimiento del hip-hop.
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Su nombre parecía acaparar los focos más que nunca: había recibido el Global Icon Award en los MTV Video Music Awards por su papel en el desarrollo de ese género musical y, tras casi dos décadas de silencio, volvía con una nueva producción en solitario, titulada precisamente The Love Album, que de inmediato fue nominada a los Grammy. Los aplausos lo rodeaban, pero después llegó el escándalo.
En noviembre pasado, la cantante estadounidense Cassie —Casandra Ventura— presentó una demanda en su contra por violación y abuso físico. Cassie y Combs habían mantenido una relación de pareja —también laboral: ella hizo parte de Bad Boy, el sello musical del empresario— durante más de una década. Ahora lo acusaba de haberla drogado, golpeado y obligado de forma repetida a tener relaciones sexuales con prostitutos mientras él grababa esos encuentros.
“Después de años de silencio y oscuridad —dijo ella en un comunicado— estoy preparada para contar mi historia, y para hablar tanto por mí misma como en beneficio de otras mujeres que han vivido la violencia y los abusos”. Combs negó las acusaciones y en menos de un día logró un acuerdo privado con la cantante. Sin embargo, los efectos ya venían en camino. La demanda de Ventura abrió la puerta para otras denuncias —decenas, cientos, de mujeres, hombres y menores de edad incluidos— que terminaron por llevar a Combs a la cárcel, acusado de extorsión, tráfico sexual y transporte para ejercer la prostitución. Hoy Sean Combs, de 54 años —para muchos el mayor impulsor del rap comercial, “el magnate musical más famoso de su generación”— está preso sin derecho a fianza y a la espera de un juicio que puede llevarlo a la cadena perpetua.
La leyenda del 'chico malo'
—¿Que si he leído El gran Gatsby? ¡El gran Gatsby soy yo! —dijo Combs en una entrevista años atrás con The Independent.
Los sueños de grandeza lo seguían desde niño. Sean Combs nació en Harlem, Nueva York. Su padre, Melvin, era un exmiembro de la Fuerza Aérea norteamericana que terminó metido en el narcotráfico. Cuando su hijo tenía tres años, Melvin fue asesinado por la mafia. Sean creció junto a su madre, Janice, una asistente de maestra, creyente, que inscribió a su hijo en una escuela católica del Bronx.
En esos años de colegio Combs repartía sus tiempos entre el fútbol y el rap. También buscaba la forma de reunir dinero, así que trabajaba repartiendo periódicos antes de ir a clases. Con la mira puesta en “salir del barrio, ser alguien, tener poder” –como le dijo en una ocasión a American Songwriter—, entró a estudiar administración en la Universidad Howard. Desde entonces dejaba ver una ambición sin fin que empezó a crearle problemas.
En la universidad se hizo famoso por organizar fiestas que reunían a miles de personas y en las que solían actuar artistas reconocidos. Esto hizo que su nombre comenzara a sonar en el entorno musical. Al punto que llegó hasta la oficina de Andre Harrell, fundador de Uptown Records, quien decidió contratarlo como pasante. Combs aceptó la oferta y dejó la universidad. Era su primer sueño cumplido. Allí empezó a codearse con lo pesado del género urbano e, incluso, fue el impulsor de nombres claves, como Mary J Blige o The Notorious B.I.G.
Durante su trabajo en Uptown Records, en 1991, llegó uno de sus primeros encuentros con la justicia: Combs organizó un partido de baloncesto seguido de un gran concierto, en el City College de Nueva York. El aforo era de 2.700 personas, pero entraron más de cinco mil. El espectáculo derivó en una estampida que provocó nueve muertes y decenas de heridos. No hubo cargos en su contra, pero los familiares de las víctimas demandaron a los promotores. Combs fue despedido. Al final le pareció bien: no estaba hecho para tener jefes. En 1992, fundó su sello musical, Bad Boy Records, y empezó la leyenda del “chico malo”.
Jennifer López y otras historias de ambición
Los años noventa fueron los de la explosión de Combs, que ya era conocido como Puff Daddy. Su nombre no solo reinaba en la música —como productor de éxitos y uno de los mayores cazatalentos— sino en la moda. Combs creó su propia línea de ropa inspirada en la cultura urbana. Abrió tiendas en las calles más importantes de varias ciudades y llegó a ser reconocido como “el mejor diseñador de ropa masculina”. En 1999, fue fotografiado por Annie Leibovitz para una portada de Vogue titulada Puffy Takes Paris, en la que apareció junto a la supermodelo Kate Moss y a gigantes de la moda, como Oscar de la Renta o Karl Lagerfeld.
En ese momento Combs era protagonista también de las páginas del corazón: su pareja era nada menos que Jennifer López. Aparecían juntos en todo, en un concierto de rap o en las galas del Met. Pero también en las notas judiciales: en diciembre del 99, Combs y López terminaron en una comisaría luego de estar en un club de Manhattan en el que se registraron disparos y heridos. Según testigos, Combs llevaba un arma consigo. La policía los detuvo —hay fotos de Jennifer reseñada por las autoridades (su relación acabó poco después)— y Combs fue acusado de posesión de armas. Uno de sus empleados se declaró culpable y él salió inocente.
Mientras su fama de chico malo no se detenía, crecía su imperio. Combs no quería ser solo un productor musical: buscaba convertirse en una personalidad dentro de la poderosa industria del entretenimiento. Con ese objetivo, se acercó a figuras del cine o de la política que después lo han definido como “amigo”, entre ellos Leonardo di Caprio o Donald Trump. Combs, además, amplió su repertorio de negocios. Creó una línea de perfumes —I am King llamó a uno de ellos—, fundó una cadena de cable, Revolt, firmó un acuerdo con la empresa de bebidas británica Diageo para promocionar la marca de vodka Cîroc y, poco a poco, fortaleció su emporio hasta convertirse en multimillonario.
Su fortuna se calcula en más de mil millones de dólares. En 2017, entró a la lista de Forbes como el músico mejor pagado. Pero había otra cosa, más allá de la música o la moda, que lo hacía famoso: sus fiestas blancas.
Los 'ingredientes' de sus famosas fiestas blancas
—Oirás hablar de mis fiestas. Haremos cosas locas —dijo Combs en 1999 a Entertainment Tonight.
En efecto, pocos eventos generaban tanta expectativa como sus famosas White Parties, llamadas así por la convención de que todos sus invitados asistieran vestidos de blanco. Las hacía en Beverly Hills o en los Hamptons, donde fuera, allá llegaban las figuras más reconocidas de Hollywood.
En estos días han comenzado a hacerse públicos los nombres de algunos de los asistentes. Di Caprio, Ashton Kutcher, Salman Rushdie, las Kardashian, Paris Hilton, Beyoncé o Justin Bieber, para citar solo unas de las decenas de estrellas que esperaban con ansiedad estar invitados a las fiestas que el magnate musical comenzó a hacer en los noventa. ¿Qué pasaba en esas fiestas? Combs lo descifró, más o menos, en una entrevista que le hizo Conan O’Brien en su Late Night. O’Brien le preguntó por “los ingredientes” de sus famosas fiestas:
—Mujeres hermosas, por supuesto. Hombres hermosos para las damas. Necesitas alcohol, algo de agua. Muchas damas beben agua en las fiestas, así que si no tienes se van. Hay que mantenerlas allí. Necesitamos cerraduras en las puertas —decía Combs, y sonreía.
En otra ocasión le pidieron al actor Ashton Kutcher, un habitual de las White Parties, detalles de lo que pasaba en ellas. Kutcher respondió: “Muchas cosas que no puedo contar”. Khloé Kardashian fue a uno de estos encuentros, en Las Vegas. Poco después comentó: “Creo que la mitad de la gente allí estaba desnuda”.
La mayoría de las demandas que han caído sobre Combs se han referido a encuentros en otros lugares, sobre todo en hoteles, donde llevaba a cabo lo que las autoridades han presentado como freak-offs. Droga, alcohol, abuso sexual, violencia. Sin embargo, una de las mujeres sí situó los hechos de la demanda en una de las fiestas blancas. Adria English afirmó que fue contratada por Combs para trabajar en varios de estos eventos. “Me dieron drogas y me ordenaron tener relaciones sexuales con algunos invitados —dijo—. Me convirtieron en un peón sexual”.
Creador de "una empresa criminal"
Lo que ha sucedido desde finales del año pasado hasta hoy ha sido una lluvia de casos. A la demanda de Cassie Ventura le siguió de inmediato la de Joi Dickerson-Neal, que acusó a Combs de agredirla sexualmente en 1991. Luego vino la de una mujer anónima que afirmó que Combs y dos hombres más la violaron en un estudio de grabación de Nueva York.
A comienzos de este año se hizo pública la denuncia del productor Rodney Jones Jr., conocido como Lil Ro, que acusó a Combs de obligarlo a tener contacto sexual no deseado y a contratar prostitutas y participar en actos sexuales, mientras trabajaban en la producción de The Love Album.
—¡Basta ya! La gente intenta destruir mi reputación y mi legado. Permítanme ser absolutamente claro: no hice ninguna de las cosas horribles que se alegan —dijo el empresario en sus redes, antes de ser detenido.
Pero ya era tarde. La cadena CNN había publicado un video en el que Combs aparecía golpeando a Cassie en el pasillo de un hotel, mientras ella estaba tirada en el suelo. Y las demandas seguían conociéndose. Aparecieron acusaciones de la modelo Crystal McKinney, de la cantante Dawn Richard. Incluso la de otro hombre, cuyo caso tiene sentencia: la de Derrick Lee Cardello, que lo acusó de abusos en una fiesta en 1997. Combs no acudió al tribunal y el juzgado determinó una multa de cien millones de dólares.
En marzo pasado, las autoridades allanaron las casas del magnate en Los Ángeles, Nueva York y Miami. Confiscaron dinero en efectivo, computadoras, armas de fuego —tres fusiles de asalto semiautomáticos, entre ellas— videos y fotos de víctimas. Los fiscales han fundamentado su caso como “un patrón de décadas” durante las cuales Combs ha ejercido violencia física y sexual.
“El acusado abusó, amenazó y coercionó a mujeres y a otras personas a su alrededor para cumplir sus deseos sexuales, proteger su reputación y esconder su conducta (...). Este abuso era verbal, emocional, físico y sexual. Combs manipulaba a las mujeres para hacerlas participar en acciones perfectamente preparadas de actividad sexual con trabajadores sexuales masculinos. Se aseguraba la participación de las mujeres distribuyéndoles narcóticos, usando la intimidación y la violencia”, dice entre otras cosas el escrito judicial, revelado por medios como The New York Times o El País. Los abogados del empresario, por su parte, han definido estos hechos como “encuentros consensuales que no implicaron agresión sexual ni coerción”.
A comienzos de este mes el caso se hizo todavía más escabroso: un equipo de abogados presentó más de cien demandas por agresión sexual en contra de Combs, buena parte de ellas relacionadas con menores de edad. “El mayor secreto de la industria del entretenimiento, que en realidad no era secreto en absoluto, finalmente ha sido revelado al mundo. El muro de silencio ahora se ha roto”, dijo Tony Buzbee, uno de los abogados, durante una rueda de prensa.
El caso es de tal dimensión, que muchos han llegado a compararlo con lo vivido en el mundo del cine con Harvey Weinstein o con el multimillonario Jeffrey Epstein. Según los abogados, estos cientos de casos ocurrieron en hoteles y residencias privadas de Nueva York, Los Ángeles y Miami, la mayoría de ellos entre el año 2000 y el 2010, cuando Combs vivía la plenitud de su celebridad.
Ahora su imperio ha comenzado a desmoronarse. Desde que está en la mira de las autoridades, el hombre todopoderoso de la música urbana, el ganador de Grammys, amigo de actores famosos y de expresidentes, ha visto cómo varias de las marcas asociadas a sus negocios empezaron a abandonarlo. Las universidades y colegios que recibieron su apoyo económico decidieron desvincularse del magnate. Lo mismo que querrán hacer, sin duda, los cientos de personajes que fueron a sus fiestas. Hoy el nombre de Sean Combs, Puff Daddy, P. Diddy, Love, dejó de relacionarse con música o diversión. Hoy su nombre suena a delito.
MARÍA PAULINA ORTIZ, cronista de EL TIEMPO