En París era una fiesta, Hemingway empleó la ficción para revelar sus verdades. Bien lo inmortalizó el periodista y escritor ganador del Premio Nobel de Literatura en 1954 en el prefacio de su obra póstuma, al advertirle al lector de turno que podría considerar su libro como una obra de ficción, pero abriendo las puertas a que un libro de ficción ponga el reflector sobre cuestiones que fueron contadas previamente como sucesos. Y en esta sentencia, la argentina Magalí Etchebarne encuentra su ‘mantra’ literario.
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“Algo tiene que ser verdad en lo que vas a escribir; pero no verdad porque te haya pasado (…). Cuando leo, lo que más me gusta es darme cuenta de que alguien miró algo y me lo cuenta de una manera que puedo verlo, aunque no lo conozca y no lo haya vivido, pero por la forma como lo cuenta puedo entenderlo, me puedo poner en su piel. Y para mí eso se consigue cuando es algo verdad, pero no verdad autobiográfica, sino una verdad en términos de creer en eso”, explica la ganadora de la octava edición del Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve por su libro de cuentos La vida por delante.
Se trata de un conjunto de cuatro relatos cortos que ella empezó a escribir durante la pandemia y que finalizó en 2023. Para Magalí, la escritora, fueron realizados de manera caótica y desordenada; pero para Magalí, la hija, hermana, amiga y cuidadora, fueron escritos bajo la condescendencia del agotamiento físico, mental y espiritual que dejan la atención de una madre en su tránsito hacia la muerte. Sin embargo, el componente autobiográfico de los cuatro microrrelatos que integran a La vida por delante es realmente poco, en el corazón de cada uno de ellos, se desgrana.
Su libro toca varios temas relativos a las diferentes facetas de la vida; pero sobresale el trabajo en diferentes ámbitos. ¿Por qué?
Los temas comienzan a aparecer cuando uno empieza a escribir. Me di cuenta, cuando tenía avanzada la escritura, de que había temas que sobresalían: la madre –su presencia es importante en el primer relato y en el tercero–, como una especie de fantasma o su recuerdo, la muerte, el amor y el trabajo, este último evidente en la presencia de una correctora de estilo, un director de teatro, una escritora, pero también el trabajo invisible de los cuidadores, que, como le pasa a la protagonista del tercer cuento, es un trabajo que deja cansancio físico y emocional, como un susto que te queda en el cuerpo, el atender a alguien y el cuidar para la muerte, que es de las cosas más ingratas, y le permanece un dolor. Cuando envié el manuscrito, titulé cada cuento como una enumeración de temas: 1. La madre, 2. El trabajo, 3. La muerte y 4. El amor.
¿Al retomar en dos cuentos las dinámicas del cuidado de una madre enferma, podría existir un carácter autobiográfico en ellos?
Para mí, es muy difícil escribir sin mirar a la vida porque, de hecho, escribo sobre la vida.
No te creas. Yo digo que el único que tiene mucho de mí, pues incluye una escena de mi propia vida, es el tercer cuento; si bien no tengo una medio hermana y mi madre está en un cementerio y no cremé sus restos ni tiré sus cenizas. Mi padre no la dejó por una mujer más joven. No, todo eso es ficción. Inventé el plan de esas hermanas que viajan porque me gustaba la idea de tirar las cenizas y que aparecieran las relaciones con otros hombres, pero me parecía que al cuento le faltaba el corazón y me di cuenta de que quizá el corazón era el dolor de la protagonista, y ese dolor era lo que yo le podría prestar, lo que conozco bien: el cansancio de haber cuidado a alguien. Y si hay algo autobiográfico en los cuatro cuentos, es ese párrafo donde ella habla de levantar a su madre y ver en sus ojos que ella sentía dolor. Eso es real, eso me pasó. Ahora bien, conozco el mundo editorial –he sido editora por varios años–, esa correctora no existe, esa autora no existe y ese viaje a las cataratas, gracias a dios nunca se hizo. Pero sí es cierto que uno les presta mucho, a los personajes, de su vida o de amigos o conocidos. Eres un ladrón, pues vas atrapando cosas, o mejor, como un pescador que vas tomando cosas y las usas; para mí, es muy difícil escribir sin mirar a la vida porque, de hecho, escribo sobre la vida.
¿Cómo logra ese movimiento en sus cuentos, sus cambios de tiempo, ese dinamismo, en un espacio corto?
Creo que, para mí, el cuento se parece a la conversación, como nos sucedió a ti y a mí cuando empezamos a hablar: traje a la conversación algo de mi pasado rápidamente y tú te hiciste una imagen en nada, pues fue quizás menos de un minuto. Uno va y viene en el tiempo, para poder contarle a alguien quién eres. Está el presente, pero también el pasado y este se avalancha, ocupa mucho espacio y se va dosificando con lo que está pasando. En el cuento intento replicar que el pasado venga de a manchones, se vaya colando.
Sus relatos mantienen al lector capturado y, al final, la historia da un giro inesperado.
Si pones un cuchillo al principio de un cuento, como dice Chéjov, alguien lo tiene que usar. Entonces, en la historia del viaje de la editora y la correctora se hablaba de tantos suicidas, pero me resistí a lanzar a mi personaje por las cataratas. No sabes las vueltas que di: que una empuja a la otra, pero sería demasiado, una correctora no haría eso… son malandras, pero no tanto.
¿De dónde salen las ideas de los personajes del mundo editorial en su segundo cuento?
En la novela lo que tiene que pasar está por venir, pero en el cuento lo que tiene que pasar ya pasó.
Fue algo que me divirtió, pues trabajo hace diez años en Penguin como editora; también trabajé en la edición comercial de Plaza y Janés y Grijalbo. Noté que hay mucha literatura erótica y me llamó mucho la atención las traducciones que envían desde España a este continente, decimos que llegan en ‘gallego’, y me chocaba mucho porque son novelas muy atrapantes y que casi no puedes dejar de leer; pero a la vez en las escenas eróticas aparecen ciertas palabras que para nosotros son muy ajenas, y entonces imaginé quién podría ser la editora detrás de esa escritura. Son novelas muy estructuradas, con personajes muy estereotipados, fijos y planos y cuando empecé a escribir este cuento imaginé a una escritora de narrativa erótica yanqui, por aquello de la traducción de sus obras, pero necesitaba que hablara español y por eso la hice medio mexicana; luego descubrí que lo que más interesaba era la correctora, como su antagonista, la idea de una mujer trabajando en las sombras, si el trabajo del editor está en la sombra, aún más atrás está el del corrector; ese personaje empezó a crecer y a ser más interesante. Algo de su oscuridad, su amargura, su tristeza me capturó. Pero el mundo editorial sí me interesó por la figura de la escritora de novela erótica que es un personaje que no suele aparecer tanto como en la ficción misma.
Además, es una historia llena de detalles divertidos, como el de una autora de novela erótica que se pega tatuajes temporales.
Es que yo la veía. A mí me gusta decir que veo a mis personajes. Pero veo más al antagonista, por ejemplo, veía claramente a Julia, la correctora, más allá de su cicatriz. A los personajes los puedo ver muy bien, supongo que ocurre porque pienso en personas que conozco y hago unas mezclas, unos Frankenstein, digo yo, veo a esa madre que es una Frankenstein de madres que conocí de amigas, de personas a quienes llegué por mi trabajo, inclusive. Los tatuajes temporales me llamaron la atención porque yo una vez me estaba poniendo uno y me pareció extraña la idea de tatuarme; tal vez fue miedo y por ello no me animé a hacerlo del todo.
Son muchos personajes del ámbito creativo. Por ejemplo, hay un director de obras de teatro y su novia, que fue actriz de papeles menores y luego fue asistente del director del ballet del Teatro Municipal. ¿Por qué?
La figura del artista me convoca, me llama la atención la idea de alguien que está creando, y también los mitos en torno a la realidad del creador, a sus personalidades, en muchos casos, de hombres artistas que nunca se sienten satisfechos con su obra, turbados. Y Ramiro sí que es un hombre muy turbado, quien anda por ahí robando. Quizá este es un rasgo mío, que voy robándole a la vida. De este último cuento me excitaba la idea de una discusión, de una pelea en el centro del relato, pues la percibo como un espacio muy teatral, sobre todo, la discusión de pareja, pues un personaje entra y sale de la escena y no sabes qué va a pasar. Quizá suena el teléfono y se ha interrumpido, el otro dice algo como inesperado. Uno tiene todo al servicio de esa discusión, toda la inteligencia, la maldad, etc. Incluso hasta por los gestos es un espacio teatral: cuando discutes te mueves de una manera que no lo haces en una conversación, te paras, te vas… Entonces qué tal si pongo a pelear a una pareja en una ciudad como Buenos Aires, en un auto; se van a la costa y pelean todo el fin de semana y vuelven peleando. Quería hacerlo y demostrar que como en la vida se puede, en la escritura también se puede.
A propósito de este cuento, ¿también le parece aburrida Norah Jones?
Sí, me parece aburrida. Pero la escucho cuando limpio la casa y entonces digo: ¡qué aburrida soy! Y en esa temporada en la que escribí ese cuento escuchaba Norah Jones. No entiendo por qué la escuchaba ya que cuando me siento a escribir escucho algo para no pensar, como música instrumental, jazz, por ejemplo, ya que no me interrumpe. Pero para limpiar, es perfecta Norah Jones.
¿Por qué la vida por delante?
Es la idea de que la vida siempre está por delante, de que el futuro es una promesa y por eso los personajes miran hacia atrás; son personajes que están siempre recordando y a quienes el pasado los acompaña mucho; sobre todo en los casos en los que ha pasado algo, como a Julia, la correctora, que viaja y tiene esa cicatriz que le recuerda lo que le pasó y que de alguna manera la dejó en algún lugar pero que sigue adelante. Se trata de un futuro que orbita el trauma, una cosa medio planetaria que pasa ahí que se aleja y vuelve, como las palomas mensajeras que tienen esa especie de imán que las hace migrar y las vuelve a traer a donde han sido criadas. Y el trauma funciona así, como un imán. En todas las historias de este libro, los personajes miran para atrás, pues, para mí, el pasado irradia al presente. Como es un presente muy pequeño, muy sencillo, muy de cuento, son pocos días, por ejemplo, todo sucede en una tarde de cumpleaños, un viaje de dos días, etc. Utilizo esas medidas para mis cuentos porque me permiten generar una foto y no una película. Parto de unos personajes que van a hacer algo, pero todo lo que empieza a crecer fue lo que pasó antes. Lo que los llevó hasta ahí.
¿Cuál es su definición favorita del cuento?
Me gusta la que dice que en la novela lo que tiene que pasar está por venir, pero en el cuento lo que tiene que pasar ya pasó. Y me identifico con ella pues en mis historias a mis personajes les pasó todo y lo que leemos son las penas.
En varios de los cuentos es recurrente la aparición de la obsidiana, ¿qué significado le encuentra?
Cuando estaba escribiendo del personaje que la usa, escuché a muchas amigas que hablaban de ella; inclusive, un autor a quien edito, que es chileno y enseña a leer el tarot –los libros que edito de él son de tarot–, me habló de esta piedra; investigué y me pareció increíble la idea de una piedra, que estás dispuesta a cargar y, además, me capturó la idea de usarla como metáfora sobre la enfermedad, ver el cáncer como una piedra, ver la piedra como elemento de sanación; me pareció que venía como anillo al dedo al relato la idea de una piedra que las mujeres están dispuestas a cargar con tal de sentirse mejor. Pero también, como sucede en el tercer cuento, verla como la cifra de algo que la protagonista estaba dispuesta a soltar. Y entonces entra la figura de la piedra como la madre. La madre que es como una piedra que ella carga en esas cenizas. Es una piedra muy increíble, pues es cierto que soporta el calor; lo averigüé porque fantaseé con la idea de qué pasa si creman a alguien con una obsidiana en su interior. Quizá sobreviva porque es una piedra compuesta de restos volcánicos.
PILAR BOLÍVAR CARREÑO
Especial para EL TIEMPO
@lavidaentenis