Es un aforismo que las candidatas a altos cargos enfrentan obstáculos que los hombres no enfrentan. Menos reconocido es que las mujeres enfrentan obstáculos diferentes entre sí.
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El dilema de Hillary Clinton era cómo ser contundente sin parecer fatalmente poco femenina, o parecer querer pasar por un hombre en virtud de ser ambiciosa. El dilema de Kamala Harris es diferente. No tiene que repeler acusaciones de que su ambición la hace poco femenina, en parte porque decidió no hacer de romper el techo de cristal un tema de su campaña. Su debilidad particular —señalada por su oponente— está contenida en la palabra “protección”.
Ésa es la insinuación detrás de muchos de los ataques a la búsqueda presidencial de Harris: ¿Cómo va a proteger a los electores que, golpeados por todo, desde el contagio hasta la inflación y la guerra, se sienten faltos de seguridad? Por mucho que la campaña de Harris promueva la “alegría”, el estado de ánimo nacional irradia miedo —a la exposición, a la amenaza, al daño corporal. ¿Cómo se supone que una mujer proteja de eso?
La protección es un área de la cultura estadounidense que está decididamente marcada por el género. Las dinámicas problemáticas que tradicionalmente gobiernan la protección del hogar también gobiernan la política estadounidense, un ámbito en el que, históricamente, a las mujeres no se les ha concedido ni un estatus protector ni protegido.
En la esfera pública, como en la personal, quien quiere dominar se ofrece a proteger. Hace 47 años, la filósofa Susan Rae Peterson identificó el síndrome del “cobro de protección masculina”, preguntando, “Ya que el Estado les falla en su función protectora, ¿a quién pueden acudir las mujeres en busca de protección?” Explicó que “las mujeres hacen acuerdos con sus maridos o padres (a cambio de fidelidad o castidad, respectivamente) para asegurarse protección. ¿De quién protegen estos hombres a las mujeres? Resulta que de otros hombres”.
Donald Trump lo sabe. “Lamentablemente, las mujeres son más pobres que hace cuatro años”, dijo en un mitin en Pensilvania a fines de septiembre. Además: “menos saludables”, “menos seguras en las calles” y “más estresadas, deprimidas e infelices”. En una parte de su discurso dirigida explícitamente a las electoras, añadió: “Arreglaré todo eso rápidamente, y por fin esta nación y esta pesadilla nacional terminarán”. Las mujeres, prometió, “ya no estarán abandonadas, solas ni asustadas. Ya no estarás en peligro”. ¿Por qué? “Estarás protegida y yo seré tu protector”.
Trump es un maestro del cobro de la protección. Lleva la vieja estafa del salvador doméstico a nivel nacional. Está llevando a cabo una campaña de Halloween, saltando desde detrás de cada podio para gritar “¡Boo!” para asustar a su base, tanto masculina como femenina, con cualquier espectro que pueda conjurar —migrantes que son “monstruos desalmados”, que están “envenenando la sangre de nuestro País” y que “violarán, saquearán, robarán y matarán a la gente de los Estados Unidos de América”, “matones de la izquierda radical” que “viven como alimañas” y “roban y hacen trampa en las elecciones”, gobernadores demócratas que quieren “ejecutar” a bebés después de nacer, escuelas liberales que llevan a cabo una “operación brutal” para cambiar el sexo de un niño.
Trump y su compañero de fórmula han evocado a mujeres sin hijos cuyos únicos compañeros son felinos e inmigrantes ilegales que consumen felinos. Para salvarnos de estos monstruos, Trump se propone a sí mismo.
Su protección, por supuesto, es tan mítica como las amenazas que fabrica. Los delitos violentos en EU están cerca de su nivel más bajo en 50 años. Los homicidios cayeron casi 12 por ciento entre el 2022 y 2023, la mayor caída en un solo año en 60 años, y las violaciones disminuyeron más de 9 por ciento. Las mujeres han logrado avances económicos significativos desde el 2019. Pero ese no es el punto. El punto implícito es: si esta es una situación en la que necesitamos protección, ¿confiarías en Kamala Harris para protegerte?
Muchos electores, particularmente los hombres, perciben la perspectiva de ser protegidos por una mujer como una amenaza. En una sociedad donde los hombres juzgan su valor por su capacidad de proteger, ser protegido por una mujer es considerado una vergüenza, una mancha al honor.
En la opinión varonil, no puedes defendernos sin castrarnos.
A las mujeres se les permite desempeñar el papel de protectoras en sólo un ámbito: como madres. No es coincidencia que al mismo tiempo que la campaña de Trump se apoya en el tema del “protector”, desestime a Harris porque no es madre.
Con su discurso “Soy tu protector”, Trump estaba incitando a Harris a que se retratara como protectora, sabiendo el bagaje que carga esa expresión para una candidata. Harris eludió la provocación. En una entrevista con MSNBC dos días después de los comentarios de Trump, ella respondió: “No creo que las mujeres de Estados Unidos necesiten que él diga que las protegerá. Las mujeres de Estados Unidos necesitan que él confíe en ellas”.
Notablemente, Harris es, de hecho, una protectora formidable. La protección se presenta de dos formas: simbólica y práctica. La simbólica es sólo de dientes para fuera. Quienes la anhelan en realidad no quieren medidas efectivas para aliviar una amenaza. Quieren enfurecerse contra la amenaza y buscan un protector en jefe que valide su ira. Para ellos, el objetivo es la guerra, no la victoria —la indignación, no los resultados, como lo demuestran ampliamente las culturas de victimas tanto de derecha como de izquierda.
La protección simbólica y la práctica no son dos medios para el mismo fin, sino que son antitéticos. La primera alimenta un motivo de agravio que el segundo, en cambio, remediaría. El hecho de no remediar el agravio sólo alimenta la furia que alimenta la protección simbólica.
Así es como las recientes administraciones republicanas se han beneficiado de su incompetencia. Su incapacidad para brindar una protección real (contra, digamos, Osama bin Laden) alimentó el deseo del público de un acto simbólico (como la “derrota” de Saddam Hussein). El fracaso de George W. Bush en materia de protección práctica —no prestar atención a las múltiples advertencias de que se estaba preparando un ataque catastrófico en suelo estadounidense— le permitió desempeñar el papel de protector simbólico. Un grupo de defensa política que respaldó a Bush en el 2004 contra John Kerry, un veterano de guerra condecorado, proyectó anuncio televisivo multimillonario en el que una niña cuya madre fue asesinada el 11 de septiembre declaraba sobre Bush, “Es el hombre más poderoso del mundo y lo único que quiere hacer es asegurarse de que estoy a salvo”. Trump ha volteado los papeles de manera similar en innumerables frentes, desde el comercio hasta la manufactura, la inmigración y las elecciones perdidas.
Harris no busca competir en el campo simbólico. Ella no está representando un estereotipo de guardián de ningún género. Si Trump encarna al rescatador imaginario, Harris es su opuesto sensato y pragmático. Su historial de servicio público y sus planes de política utilitaria hablan de soluciones viables a peligros reales en lugar de amplificar los inventados.
“Les prometo que seré pragmática en mi enfoque”, dijo Harris cuando habló de sus planes económicos a finales de septiembre. Luego invocó al Presidente estadounidense que menos confió en la exhibición viril y cuyo poder protector no residía en su pugilismo, sino en su pragmatismo. “Me dedicaré a lo que Franklin Roosevelt llamó ‘experimentación audaz y persistente’”, dijo. “Porque creo que no deberíamos dejarnos limitar por la ideología y, en cambio, deberíamos buscar soluciones prácticas a los problemas”.
Una de las ventajas de Harris es su negativa a demonizar, incluso cuando se enfrenta a los verdaderos demonios de Estados Unidos. La verdadera protección involucra moderación en momentos en que la protección simbólica opta por un patrioterismo peligroso. De ahí la carta de más de 700 ex funcionarios militares y de seguridad nacional que respaldan a Harris porque ella “defiende los ideales democráticos de Estados Unidos” mientras que su oponente los “pone en peligro”. En lugar de coquetear con dictadores mientras se da golpes de pecho de “Estados Unidos primero”, ella ha sido parte de la callada decisión de la Administración Biden de frenar a los adversarios y reconstruir alianzas.
Como Presidente, Trump socavó la soberanía de Ucrania en aras de su propia suerte política; Harris viajó a Europa una semana antes de la invasión rusa para reunirse con el Presidente Volodymyr Zelensky para entregarle evaluaciones de inteligencia de EU y conversar sobre preparativos del campo de batalla. Como Senadora, Harris copatrocinó en el 2018 la Ley de Elecciones Seguras para proteger los sistemas de votación estadounidenses contra el caos interno y la interferencia extranjera. Trump se opuso al proyecto de ley; nunca llegó a votación.
En el frente nacional, Harris ha enfatizado un ambicioso conjunto de programas económicos para defender a la clase trabajadora y media: invertir en nuevas industrias, creación de pequeñas empresas y nuevas viviendas; brindar asistencia financiera sustancial a nuevos padres y nuevos propietarios de viviendas; limitar los costos médicos; subvencionar el cuidado de niños y ancianos. Ella ofrece herramientas en lugar de diatribas.
Harris ha demostrado su capacidad para enfrentarse al charlatán más venenoso de Estados Unidos sin dejarse intimidar ni caer en sus campañas de miedo. Eso no es todo lo que necesita hacer, pero es importante. Crucial para el futuro de Estados Unidos, está demostrando ser una protectora eficaz contra el cobro de protección.