En los últimos años, el veganismo ganó popularidad como un estilo de vida que promueve la ética animal y la sostenibilidad ambiental. Sin embargo, la historia de una mujer que adoptó este estilo de vida durante tres años revela que, a pesar de los beneficios iniciales, a veces la salud personal puede verse comprometida.
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Según reveló la protagonista, que mantuvo su identidad en resguardo, al medio Business Insider, durante casi tres años, llevó una dieta completamente basada en plantas. Comía una variedad de frutas, verduras, granos y legumbres, eliminando por completo los productos animales de su alimentación. Al inicio, se sintió llena de energía y notó mejoras en su digestión y bienestar general. ¿El motivo? La satisfacción de contribuir a un mundo más ético y sostenible jugó un gran papel en su elección.
Cambios alarmantes en su salud y el cambio radical que dio
Sin embargo, a medida que avanzaba el tiempo, comenzaron a surgir problemas. La energía que antes la caracterizaba comenzó a desvanecerse. Realizar incluso las tareas más simples se convirtió en un desafío, y las migrañas se volvieron recurrentes, especialmente durante su ciclo menstrual. En su búsqueda por mantener el veganismo, intentó ajustar su dieta, por lo que incorporó más grasas saludables y alimentos ricos en hierro, pero los síntomas persistieron.
Fue entonces cuando decidió buscar la opinión de un médico. Las pruebas revelaron un diagnóstico alarmante: niveles críticos de hierro y deficiencias en vitaminas B12, A, D y zinc. A pesar de su compromiso con la dieta vegana y el consumo de alimentos saludables, su cuerpo mostraba señales claras de que necesitaba algo más.
Consciente de que su salud estaba en juego, la mujer tomó la difícil decisión de volver a incluir productos animales en su dieta. Empezó de manera gradual, reintroduciendo pescado y huevos, y se comprometió a obtener sus proteínas de fuentes éticas y sostenibles. Optó por salmón y huevos, priorizando la calidad sobre la cantidad.
Apenas tres meses después de esta transición, los resultados fueron más que sorprendentes. Su calidad de sueño mejoró drásticamente, ya no se despertaba a medianoche. Además, su nivel de energía por la mañana aumentó, permitiéndole retomar actividades físicas como el yoga y correr.
También reportó una sensación de saciedad después de las comidas, en contraste con la constante hambre que sentía cuando era vegana. Los problemas de piel, que había padecido durante años, también comenzaron a resolverse, y las migrañas antes insoportables se volvieron menos frecuentes, especialmente al consumir carne antes de su ciclo menstrual.
Ante esta historia, se debe dejar en claro que , en lugar de aferrarse rígidamente a un ideal, es fundamental escuchar las necesidades del propio cuerpo. Aunque este tipo de dieta puede funcionar bien para algunos, no es la solución universal. Esta mujer, en su caso, encontró un equilibrio que combina una dieta mayoritariamente basada en plantas con la inclusión de algunos productos animales, por lo que se adapta a lo que su organismo necesita.