Frazier-Ali, la lucha inmortal... (Último tango, opinión)

hace 13 horas 16

Se hablaba en los bares, en las peluquerías, en las redacciones de diarios, en las oficinas, talleres, clubes, en todas partes y en el mundo entero. No había celulares ni internet ni ninguno de los adelantos tecnológicos actuales. No fueron necesarios. Tal vez nunca un suceso deportivo trepó a este nivel de expectativa. ¿Pudo un combate de boxeo ser más importante que una final del Mundial de Fútbol? De hecho, creemos que sí. Posiblemente, la final Inglaterra 4-Alemania 2 de 1966 no alcanzó la repercusión del combate Ali-Frazier. Este se palpitó desde varios meses antes y la discusión se extendió por años. El 8 de marzo de 1971, el planeta quedó congelado esperando el desenlace de un episodio cumbre del deporte. Se lo vendió como “La pelea del siglo”, pero sobrepasó largamente el rótulo promocional: fue el choque de todos los tiempos. Todos nos pegamos al televisor.

Se unieron diversas circunstancias. El box vivía un tiempo de oro, Estados Unidos producía docenas de fenómenos del ring y la categoría pesado había parido dos atletas colosales: Muhammad Ali, quizás el artista más hermoso, arrogante y genial que haya visto un escenario deportivo de cualquier índole. También el más provocador y lenguaraz. Joe Frazier, un oso hambriento, valiente y superentrenado, callado, correcto y capaz de aguantar treinta rounds lanzando golpes brutales. Un metro 91 y 107 kilos Ali, 1,81 y 104 kilos Frazier; 29 años el primero, 27 el segundo. Ambos en el apogeo. Fue como si se enfrentaran en una final Pelé y Maradona y el universo latiendo excitado para ver cuál es más grande.

No obstante, el duelo excedió lo pugilístico. Tuvo un trasfondo social y racial, aunque los dos eran de raza negra y tenían origen humilde. Ali, hasta 1964 Cassius Clay, se convirtió en paladín de la lucha ‘antiestablishment’. Había hecho puré a Sonny Liston, un temible exconvicto, y dominaba la escena. Anunciaba con irreverencia en qué asalto demolería a sus contrincantes. Ya los achicaba fuera del ring con sus declaraciones. Su gracia y su carisma nunca fueron igualados. Pero en 1967 fue llamado a filas para ir a la guerra de Vietnam y se negó. “No tengo nada contra el Vietcong”, dijo. Y antepuso su religión musulmana. Frente a su desobediencia civil, se expuso a un juicio por desertor, le quitaron el título mundial y la licencia para combatir. Encarnó el movimiento antibélico y se arriesgó a una pena grave. Pero en 1970 fue autorizado a volver a los cuadriláteros en algunos estados. Frazier, menos lúcido ante la prensa, era el candidato de los blancos. Ambos eran invictos y campeones del mundo, Muhammad despojado.

Frazier - Ali - afiche blanco y negro

Frazier - Ali. Afiche blanco y negro Foto:Suministrada

En el pesaje y en las ruedas de prensa previas Ali ridiculizó a Joe, lo que este nunca perdonó hasta su muerte. “En el ring será distinto”, pensaba Frazier. Un ocasional empresario –Jerry Perenchio– supo ver la veta de oro y aceptó pagarles 2,5 millones de dólares a cada uno, una cifra esquizofrénica para la época. Pelé no percibía al año ni el 10 % de esa suma en el Santos. Los otros promotores decían que estaba loco, no había forma de recuperar tanto dinero, además estaban los gastos de promoción y montaje. “Me enteré de que este tipo, Jerry Perenchio, ofrecía 5 millones de dólares a los púgiles –contaba el famoso Bob Arum– y me reí. Era una broma. Pensé que era un payaso de Hollywood. Lo descarté. No se podía hacer”.

Pero Perenchio, aún sin dinero, tenía el negocio en mente. Consiguió un socio millonario, Jack Kent Cooke, propietario de los Lakers, y lo convenció de invertir. Se hizo con el contrato. Antiguamente los ingresos se reducían a la taquilla en el estadio y a los 5 dólares que se cobraba en los cines por ver el duelo en pantalla gigante. Perenchio prohibió la transmisión de la pelea en radio y en televisión para Estados Unidos –sí para el resto del mundo– y puso un precio alocado para los cines: 25 dólares. El día del boxeo era el sábado, pero Frazier-Ali fue un lunes, que era el día más flojo de los cines. Resultado: los aficionados se peleaban por las entradas y, por otro lado, el Madison Square Garden de Nueva York explotó: 20.455 personas, con el ring side a 150 dólares y el gallinero a 20. La transmisión al exterior fue por circuito cerrado a 50 países con una audiencia estimada en 300 millones, un récord para cualquier evento televisivo en ese momento. Perenchio, hombre del espectáculo, llevó a una decena de artistas invitados como Frank Sinatra, y la promoción previa, con Ali humillando a Frazier hizo el resto. Fue un negocio colosal.

Luego hubo una confrontación épica. La técnica nunca superada de Ali frente al ímpetu y la fuerza descomunal de Smokin Joe, como se lo apodaba. Había que tener mucho coraje para entrar a un cuadrilátero con Frazier. Y aguantarle quince períodos de tres minutos. El mundo se dividió. Los periodistas y fotógrafos de El Gráfico hicieron una polla a ver quién ganaba, en todos lados era así. Se dio la lucha esperada: Frazier al ataque, buscando el cuerpo a cuerpo para descargar sus zurdazos terribles al hígado y también a la cabeza; el genio tratando de guardar distancia para sus golpes de cirujano, siempre al rostro. Tan preciso que ya en el cuarto capítulo el rincón de Joe comenzó a trabajar sobre su ojo izquierdo, entumecido.

Hasta el tercero fue parejo, en el cuarto Joe acertó dos zurdazos boleados a la mandíbula de Ali que levantaron el “uuuuuuhhhhh…” de la platea. Frazier iba como toro y era una metralla lanzando golpes, obligando a Ali a asumir una postura defensiva, pero, aún defendiendo, su talento le permitía conectar manos precisas. El tema pasaba por ver cuánto podría aguantar Frazier semejante ritmo. En el sexto Joe comenzó a sentirse ganador, después de que sus brazos, que parecían árboles, descargaran tupido en la humanidad del bailarín, que ya no bailaba.

La refriega –eso era– mantuvo el tono hasta el final. Clay-Ali mantuvo su precisión quirúrgica en los golpes, tiraba diez y metía nueve. Frazier erraba más, pero lanzaba cien e impactaba veinte. Su gancho de zurda, capaz de noquear a un caballo, mandó a la lona a su verdugo oral en el decimoquinto. Ali se levantó, pero la caída terminó de definir a los jurados, que dieron ganador a Frazier por unanimidad. Si en la previa desataban pasiones divididas, tras el fallo hubo más división. “Si lo mandó al hospital…”, protestaban los hinchas de Ali. En realidad, los dos fueron a la guardia después de una lucha feroz.

La pelea de todos los tiempos originó la salida de El Gráfico de El Veco, notable escriba que triunfó en Uruguay, Argentina y Perú. El Veco envió desde el Madison una larguísima nota en la que desconocía el triunfo de Frazier ya desde el título, contundente: ‘TRES JURADOS DERRIBARON UNA ESTATUA’. En cristiano significaba que le habían robado la pelea. No negaba la fortaleza física y espiritual de Frazier, valoraba su temple y su ataque constante, aunque dejaba entrever el mayor talento boxístico de Cassius Marcellus. Era absolutamente comprensible por la fascinación que ejercía Clay con su boxeo único, la belleza y perfección de sus golpes limpios, netos. En Buenos Aires, el director leyó la nota ya con la revista imprimiéndose y dio la legendaria orden de “paren las máquinas”. Entendía que era un disparate y un desprestigio para El Gráfico negar el triunfo de Frazier. Ya se habían impreso 16.000 ejemplares. Se rehízo el comentario y el nuevo título fue ‘CAYÓ UNA ESTATUA’. Única vez en casi cien años que la revista tuvo dos versiones en una misma edición.

Último tango

JORGE BARRAZA

Para EL TIEMPO

@JorgeBarrazaOK

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