Europa ante el abismo de la fractura de la Alianza Atlántica

hace 21 horas 14

Cuatro análisis que ilustran cómo se está leyendo en el Viejo Continente la política exterior de Trump, su acercamiento transaccional con la Rusia de Putin y su maltrato a Ucrania y a los aliados con los que EE. UU. fundó el orden mundial que ha regido en el globo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

‘¿Vamos a esperar a ver los tanques rusos en Riga y Varsovia?’

Cuando Donald Trump ganó las elecciones presidenciales estadounidenses en noviembre, al parecer, las élites europeas pensaron que Estados Unidos se volvería un poco más aislacionista y nacionalista. Sabían que Trump le exigiría a Europa que invirtiera más en su defensa, pero confiaban que la Otán y la importantísima garantía de seguridad estadounidense para Europa sobrevivirían.

El presidente de EE. UU., Donald Trump, en un mitin en Georgia.

El presidente de EE. UU., Donald Trump, en un mitin en Georgia. Foto:Efe

Hoy, tras la asistencia de altos funcionarios estadounidenses a las principales y recientes cumbres europeas, sabemos que Trump quiere nada menos que una ruptura total con las reglas y las alianzas que generaciones de políticos de ese país construyeron con esfuerzo y éxito en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. A partir de ahora, Rusia, y no la Unión Europea (UE), será el socio cercano de Estados Unidos. Ya no es la solidaridad de las democracias lo que cuenta en Washington, sino el acuerdo de los gobernantes autocráticos de las potencias mundiales. El poder vuelve a prevalecer sobre la ley.

Esto es patente en el enfoque que Trump está teniendo sobre la guerra de aniquilación que Rusia está librando en Ucrania. Trump quiere poner fin a este conflicto lo antes posible en estrecha cooperación con el presidente ruso, Vladimir Putin, excluyendo a Ucrania y a sus aliados europeos. Kiev y Europa tendrán que soportar la mayor parte de las consecuencias políticas y materiales, pero no tendrán voz ni voto en la negociación de los términos.

Así que esto es lo que parece ser la nueva visión de Trump del orden internacional: volver a las esferas de influencia, con las grandes potencias dictando los destinos de los países más pequeños. Es un planteamiento que les encanta a Putin y al presidente chino, Xi Jinping, porque se alinea perfectamente con su autoritarismo y sus ambiciones neoimperiales.

Sin dudas, este reencuadre de Trump (con relación a las alianzas estratégicas) ha puesto a Estados Unidos en el camino del autodebilitamiento o incluso de la autodestrucción, empezando por la demolición de Occidente. Después de todo, la Otán hizo fuerte a Estados Unidos y contribuyó decisivamente a la victoria de Occidente en la Guerra Fría. ¿Qué interés nacional podría estar promoviendo Estados Unidos poniendo la Alianza y Ucrania a los pies de Putin?

Russian President Vladimir Putin attends a meeting with his Belarus' counterpart in Sochi on September 26, 2022.

Vladimir Putin, Presidente de Rusia. Foto:(Photo by Gavriil / AFP)

Falta de preparación

Nada de esto tiene sentido y, sin embargo, todo era previsible. Los líderes europeos sabían qué debían esperar con una segunda presidencia de Trump, y que este cumpliría su intención de transformar la democracia de su país en una oligarquía, y establecería un nuevo orden mundial autoritario. Sabían que Putin en el Este y Trump en el Oeste serían un escenario de pesadilla estratégica. Sin embargo, no hicieron casi nada para lograr una mayor unidad política y capacidades de defensa más fuertes en anticipación precisamente de este resultado.

Europa no solo no está preparada ante el cambio histórico que Trump parece decidido a llevar a cabo, sino que presenta una imagen lamentable, desafortunada e histérica, como un gallinero cuando entra un zorro. Los europeos deben preguntarse cómo llegaron aquí y, sobre todo, qué hacer ahora que la administración Trump ha dejado claro su extremismo. Nada menos que la seguridad y la libertad de Europa están en juego. Debería ser obvio para todos que apostar por “seguir como siempre” es una receta para el desastre.

Los caminos a seguir

Europa tiene el dinero, la capacidad tecnológica, las personas y empresas necesarias para asegurar su futuro. Pero debe actuar ya. Los países grandes y medianos de la UE deben cooperar estrechamente. La Comisión Europea debe redefinir las normas de endeudamiento y, junto con los Estados miembros –e idealmente con la participación del Reino Unido y Noruega–, crear por fin un ejército europeo preparado para el combate y una industria europea común de defensa.

Al continente se le acaba el tiempo. La vacilación y la dilación eran cosa del pasado. La elección está clara: Bruselas o Moscú, libertad o sumisión. Para Europa, la respuesta solo puede ser Bruselas y libertad. En su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, les dejó brutalmente claro a los europeos lo impotentes que son y lo solos que estarán a partir de ahora.

La guerra de Putin en Ucrania y la inminente traición de Trump a Kiev demuestran lo peligrosa que es la impotencia europea para toda la ciudadanía del continente. En el futuro, la paz y la libertad en Europa tendrán que basarse principalmente en nuestra propia fuerza y capacidad de disuasión. Por eso, Europa debe actuar de inmediato. En el mundo de Trump, no hay sustituto para el poder duro. Y Europa no debe escatimar costes para desarrollarlo. ¿O tienen que rodar primero los tanques rusos hacia Riga (Letonia) y Varsovia (Polonia)?

JOSCHKA FISCHER (*)

© Project Syndicate

Berlín

(*) Ministro de Asuntos Exteriores y vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005. Fue líder del Partido Verde alemán durante casi 20 años.

El papel del Reino Unido en esta crisis

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está desmantelando sistemáticamente la red de instituciones, organizaciones y acuerdos multilaterales que han ayudado a evitar una tercera guerra mundial durante más de 70 años. Sin embargo, muchos gobiernos se están enredando al tratar de restar importancia a sus acciones, insistiendo en que las cosas no son lo que parecen, y que incluso si lo son, enfrentarse a la Casa Blanca simplemente no es una opción. El desacuerdo debe ser disimulado para evitar provocar su ira.

Para la clase política británica, la excusa conveniente es la necesidad de preservar la “relación especial” del Reino Unido con Estados Unidos. Y tras su reunión en la Casa Blanca, tanto el primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, como Trump reafirmaron su compromiso de mantenerla.

Los presidentes que también fueron actores

La Casa Blanca.  Foto:Istock

Esta asociación estratégica ha sido una piedra angular de la política exterior y de seguridad de Gran Bretaña desde 1946, cuando el ex primer ministro Winston Churchill, en un discurso histórico en Fulton, Missouri, advirtió que “una cortina de hierro ha descendido” a través de Europa. En lo que podría decirse que fue el discurso más importante en la historia de la posguerra de Gran Bretaña, Churchill sostuvo: “Ni la prevención segura de la guerra ni el continuo ascenso de la organización mundial se lograrán sin lo que he llamado la asociación fraternal de los pueblos de habla inglesa”. Para ello, era esencial “una relación especial entre la Commonwealth y el Imperio británicos y los Estados Unidos”.

Es cierto que esa relación siempre ha sido mucho más importante para el Reino Unido que para los Estados Unidos. A lo largo de los años, se ha basado en la disuasión nuclear, el amplio intercambio de inteligencia, la cooperación militar y un enfoque compartido de las amenazas globales. Para muchos, incluyéndome a mí, también se ha definido por un profundo afecto, gratitud y admiración.

Soy un americanófilo declarado. Y por eso me duele tanto ver a una administración estadounidense tan lejos de los valores que Estados Unidos ha defendido durante mucho tiempo.

Una visión pisoteada

Desde el discurso de Churchill sobre el telón de acero, la relación entre Estados Unidos y el Reino Unido ha sido considerada como el eje del orden liberal liderado por Occidente. Como su líder indiscutible, Estados Unidos ha servido durante mucho tiempo como modelo para las sociedades abiertas en todo el mundo.

La visión de Churchill de una sociedad abierta se basó en un compromiso compartido con la gobernanza democrática, el Estado de derecho, la independencia judicial y la resistencia a la tiranía y la oligarquía. Enfatizó el civismo en la vida política; reconoció el deber moral de ayudar a los pobres y oprimidos del mundo, y defendió el establecimiento de organizaciones internacionales dedicadas a mantener la paz mundial, junto con alianzas defensivas comprometidas con la defensa del derecho internacional y la autodeterminación. De manera crucial, las sociedades abiertas dependían de asociaciones económicas sólidas, rechazando el tipo de proteccionismo que alimentó la Gran Depresión.

Y si bien Trump ocasionalmente se hace eco de varias de las políticas estadounidenses de larga data, ningún presidente ha jugado tan rápido y suelto con los valores e intereses estadounidenses. Es imposible imaginar a alguno de sus predecesores incitando a un ataque a las instituciones democráticas del país por acusaciones fabricadas de fraude electoral o indultando a quienes asaltaron el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021.

AFP

Vista del interior de la Rotonda del edificio del Capitolio de EE. UU. Foto:SAUL LOEB / AFP

Del mismo modo, ningún presidente de Estados Unidos, con la excepción de Richard Nixon, utilizó la presidencia para vengarse de sus rivales. Ninguno de ellos le habría dado rienda suelta a un oligarca multimillonario como Elon Musk para despedir a trabajadores federales y desmantelar los programas de ayuda exterior de Estados Unidos. Y ninguno estaba enredado en una red de conflictos de intereses comerciales tan vasta y compleja como la de Trump.

Ciertamente, ningún presidente estadounidense en los últimos 70 años habría ofrecido Ucrania al presidente ruso, Vladimir Putin, en bandeja de plata, y mucho menos exigido que los ucranianos entregaran sus riquezas minerales a Estados Unidos.

Ante esta realidad, Starmer debe preguntarse si el Reino Unido y los Estados Unidos de Trump todavía comparten algún valor. Como mínimo, Gran Bretaña debe negarse a ser cómplice de las políticas malignas de Trump. Eso no significa que el Reino Unido deba ser hostil hacia su aliado de toda la vida, pero no debe degradarse cediendo a todas las demandas de Trump.

Cuatro puntos clave

Para mitigar este peligro, las autoridades británicas deben tomar cuatro medidas clave. En primer lugar, para mantener la credibilidad en Ucrania y hacer frente a la amenaza que supone la agresión rusa, deben aumentar el gasto en defensa, como ya planea hacer Starmer a pesar de las restricciones fiscales del Reino Unido. También deberían colaborar con los Estados miembros de la UE, alineados con la Otán, para establecer un banco europeo de rearme.

En segundo lugar, aunque el brexit impide que el Reino Unido lidere los esfuerzos para asegurar la adhesión de Ucrania a la Unión Europea, debería tratar de replicar cualquier beneficio económico o comercial que Ucrania obtenga de la pertenencia a la UE. Los responsables de la formulación de políticas deben prestar atención a la lección de la década de 1930: apaciguar a los matones solo los envalentona.

En tercer lugar, los responsables políticos británicos deben recordar a sus aliados estadounidenses que ningún país, ni siquiera una superpotencia, puede protegerse centrándose exclusivamente en las grandes potencias rivales. La historia muestra que los conflictos entre grandes potencias a menudo se originan en Estados más pequeños. Pensemos en Serbia antes de la Primera Guerra Mundial, Checoslovaquia y Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial, y Manchuria en la década de 1930. Como dijo Mark Twain: “Dios creó la guerra para que los estadounidenses aprendieran geografía”.

En cuarto lugar, a Estados Unidos le vendría bien un recordatorio de la importancia del poder blando. La fuerza por sí sola no inspira un apoyo genuino. Cuando se considera que un país depende de la coerción para mantener su dominio, es probable que las consecuencias a largo plazo sean costosas.

Un amigo canadiense me dijo una vez que teme que su acento sea confundido con uno estadounidense, lamentándose de no haber podido encontrar un pin para la solapa que diga: “No me culpes, soy de Canadá”. Todavía admiro la historia, la cultura y los valores de Estados Unidos, pero con Trump en el poder, me alegro de que mi acento me distinga.

CHRIS PATTEN (*)

© Project Syndicate

Londres

(*) Excomisario de Asuntos Exteriores de la UE y hoy rector de la Universidad de Oxford.

La tarea más urgente y una hoja de ruta para lograrla

Este mes, los europeos han comprendido que su aliado más cercano, Estados Unidos, ya no está interesado en el tipo de cooperación de confianza que ha definido la relación transatlántica durante ocho décadas. Al faltar al respeto a sus aliados, presionar a Ucrania e inmiscuirse en los asuntos internos europeos, EE. UU. ha pasado de ser el socio más importante de Europa y el más ferviente defensor de Ucrania a algo parecido a un adversario.

Mientras que el presidente estadounidense, Donald Trump, comienza las negociaciones con el presidente ruso, Vladimir Putin, sobre el destino de Ucrania, nadie (ni siquiera los estadounidenses) sabe realmente qué estrategia está siguiendo EE. UU. Pero la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich dejó dos cosas claras: 1. Europa no puede seguir ignorando la antigua queja estadounidense sobre la distribución del gasto en defensa dentro de la Otán. 2. A medida que Estados Unidos desplaza su atención hacia Asia (y hacia sí mismo), Europa está obligada a asumir un mayor liderazgo político y militar.

La magnitud del cambio estratégico es evidente en Ucrania. Estados Unidos, que antes apoyaba firmemente a Ucrania, ahora intimida al asediado país para que entable negociaciones, al tiempo que lo extorsiona para que ceda el control de sus minerales esenciales. Y mientras que la administración Biden trabajó estrechamente con sus aliados europeos para coordinar el apoyo a Ucrania, las sanciones contra Rusia y los preparativos para la reconstrucción de Ucrania, la administración Trump no ve papel alguno para Europa en la nueva fase.

Tras sufrir un breve momento de confusión, los líderes europeos han empezado a moverse para preservar la estabilidad en el continente. La reunión informal de emergencia celebrada en París el 17 de febrero fue un primer paso importante en un proceso más largo que ahora debe acelerarse. Por cierto, la reunión de París tuvo lugar justo una semana después de que la ciudad acogiera la Cumbre de Acción sobre Inteligencia Artificial, que brindó a los europeos la oportunidad de debatir sobre competitividad tecnológica y atraer nuevas inversiones. Por muy diferentes que fueran las dos reuniones en contenido y estructura, ambas hablan del mismo reto: Europa debe tomar su soberanía en sus propias manos.

Aunque Ucrania representa el reto más inmediato, garantizar la soberanía europea será un proyecto mucho más amplio y a más largo plazo. Los europeos deben replantearse sistemáticamente su enfoque de la seguridad. Si Ucrania y Rusia llegan a un acuerdo, corresponderá en gran medida a los europeos garantizar que se mantenga, puesto que Estados Unidos quiere reducir sus compromisos y ya no es un socio fiable. En este escenario, los europeos tendrían que encontrar un equilibrio entre imponer la paz en Ucrania y preservar la capacidad de defender otros territorios fronterizos con Rusia, como en Escandinavia o los países bálticos.

A largo plazo, a los europeos les irá mucho mejor si Ucrania se convierte en una parte esencial pero controlable de la defensa europea. Con su ejército curtido en mil batallas, su innovador sector de defensa y su población extraordinariamente resistente y creativa, Ucrania podría ser una importante fuente de fortaleza para Europa si se puede estabilizar e integrar.

Los europeos dispuestos y capaces no deben demorarse en profundizar la cooperación en materia de seguridad y defensa en el continente. Esto significa desarrollar un nuevo concepto de seguridad continental que permita el reparto de cargas dentro de la Otán, que seguirá siendo el mejor marco para la defensa colectiva incluso si EE. UU. da un paso atrás o abandona la alianza.

El núcleo base

Los países representados en la reunión de emergencia de París y en una segunda reunión dos días después pueden servir de núcleo para hacer avanzar las cosas. Francia, Polonia, Alemania, los Países Bajos, Escandinavia y los países bálticos (que se enfrentan a la amenaza más directa) parecen estar preparados. Los mismo ocurre con el Reino Unido, que debería considerarse parte del grupo, dado su firme apoyo a Ucrania, su papel clave dentro de la Otán y su condición de potencia nuclear. Pero por muy importante que sea la Otán, la UE debe redoblar sus propios esfuerzos para defender sus fronteras y preservar la democracia liberal en casa. Aunque la UE no se transformará en una Unión de Defensa ni creará un ejército europeo, puede hacer más. Promover la seguridad energética y la innovación nacional será esencial en los próximos años. Las estrategias compartidas, con financiación conjunta, pueden situar a los europeos como actores mucho más fuertes en sectores claves.

Los europeos necesitan reconstruir sus músculos, no solo porque las viejas alianzas se están desmoronando, sino también porque el tablero geopolítico está cambiando.

Múnich dejó claro que la larga era del atlantismo de posguerra ha terminado. Está en marcha una poderosa reversión, y sería ilusorio esperar que el daño causado por la administración Trump pueda simplemente repararse en el futuro. Europa debe aprovechar sus fortalezas y asumir la responsabilidad de su propia seguridad dentro de la Otán.

La UE, el Reino Unido y Noruega tienen más de 500 millones de habitantes y un poder adquisitivo colectivo superior al de Estados Unidos. Y a pesar de las tensiones políticas internas, cuentan con la estabilidad institucional que requiere este momento de crisis. Europa dispone de los recursos necesarios para impulsarse en tecnología, economía digital, defensa y otros sectores críticos, y Múnich ha demostrado que no se debe perder tiempo.

DANIELA SCHWARZER (*)

© Project Syndicate

Berlín

(*) Miembro del Consejo Ejecutivo de Bertelsmann Stiftung. Es exdirectora del Consejo Alemán de Rel. Exteriores.

‘Trump nos ha hecho el favor de obligarnos a ponernos las pilas'

Europa acaba de celebrar una rápida serie de cumbres de alto nivel. Tras la Cumbre de Acción contra la IA de París y la Conferencia de Seguridad de Múnich, los líderes europeos se reunieron de urgencia en París para abordar las inquietantes señales procedentes de la nueva administración de Estados Unidos. En todos los casos, la cuestión central era cómo puede Europa ponerse a la altura de Estados Unidos y China tecnológica y militarmente.

A estas alturas, es obvio para todos que la administración del presidente estadounidense, Donald Trump, pretende tratar a Europa con desprecio, y que los europeos deben asumir plenamente la responsabilidad de su defensa y seguridad. Los estadounidenses no solo están dejando de lado a los gobiernos europeos para negociar el fin de la guerra en Ucrania; también han lanzado su apoyo a los partidos de extrema derecha europeos y han acusado a los liberales y demócratas europeos de traicionar los valores occidentales.

¿Existe un método para esta locura? ¿Podría ser la apertura a Rusia un intento de repetir la estrategia del presidente estadounidense Richard Nixon de romper la alianza entre la China comunista y la Unión Soviética? Sabemos que Trump está obsesionado con China, y que los propios rusos tienen buenas razones para temer el dominio chino. Si sacrificar alguna parte de Ucrania permitiera a Trump asestar un golpe a su ‘bestia negra’, seguramente aprovecharía la oportunidad. Pero es improbable que esta maniobra nixoniana tenga éxito a menos que Trump asegure la participación de Europa, y eso parece poco probable.

Paralizada por el miedo desde la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia a principios de 2022, Europa ha olvidado que puede decir “no”. Pero la administración Trump ha sacado a los líderes europeos de su letargo. Ahora están haciendo un inventario de sus fuerzas y explorando opciones.

La Unión Europea, por su parte, no debería responder con la habitual búsqueda de unidad. Dados los partidos en el poder en Hungría, Eslovaquia y otros países, eso no es posible ni necesario. La mejor estrategia es construir una coalición de Estados miembros de la UE dispuestos a ello y de otros países a los que Trump está alienando inútilmente, como Canadá, Reino Unido y Corea del Sur. Esto parece ser lo que tiene en mente el presidente francés, Emmanuel Macron. Muchas de sus advertencias pasadas se están haciendo realidad y sigue siendo uno de los únicos líderes, junto al primer ministro británico, Keir Starmer, que no descarta el envío de tropas a Ucrania o sus alrededores.

Perdido en la cobertura de todo esto, está el hecho de que Europa Occidental tiene más miedo que Europa del Este. Puede decirse que estamos más familiarizados con las crisis, pero tampoco estamos en el punto de mira de Trump. No tenemos un enorme superávit comercial con Estados Unidos y gastamos cientos de miles de millones de dólares en armas de fabricación estadounidense. A diferencia de Holanda (irónicamente el hogar del nuevo secretario general de la Otán), que gastó alrededor del 1,7 % de su PIB en defensa en 2023, Polonia gasta casi el 5 %.

Y a juzgar por la avalancha de discursos y declaraciones recientes de funcionarios republicanos, uno podría pensar que en realidad hay dos partidos republicanos. Por un lado, está el viejo partido que siempre buscó aumentar el gasto en defensa, fortalecer las alianzas militares de EE. UU. y enfrentarse a autócratas como el presidente ruso, Vladimir Putin. Y, por otro lado, está el movimiento Maga de Trump, que parece creer que la grandeza nacional requiere desmantelar el Estado y salir de alianzas claves.

Aunque parezca que el mundo entero ha cambiado de la noche a la mañana, lo cierto es que todavía no ha pasado nada. Si los europeos abrieran los ojos, verían que tienen todos los recursos, el talento y los instrumentos que necesitan para asegurar su soberanía y restablecer la paz y la estabilidad. No necesitan una invitación a la mesa. Deberían inspirarse en Ucrania, que ha detenido, casi sin ayuda, la agresión rusa por pura fuerza de voluntad.

No es momento para que cunda el pánico entre los europeos. Al contrario, Trump nos ha dado lo que más necesitamos: una razón para ponernos las pilas.

S. SIERAKOWSKI (*)

© Project Sindicate

Varsovia

(*) Fundador de Krytyka Polityczna, una red de intelectuales polacos.

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