El fútbol es pasión, alegría y un punto de encuentro para miles de personas que buscan emocionarse con cada jugada, con cada gol y con la magia que este deporte genera. Sin embargo, esa esencia se está viendo manchada de forma recurrente en la Liga colombiana por aquellos que no entienden que los estadios no son un campo de batalla. Los lamentables hechos de violencia que llevaron a la suspensión de la final de la Copa Colombia entre Atlético Nacional y América de Cali son una nueva señal de alarma que no se debe ignorar.
Es inaceptable que en pleno 2024, sigamos enfrentando episodios de barbarie en escenarios que deberían ser espacios para la familia, la comunidad y la celebración deportiva. Los estadios no pueden ser refugio de violentos y desadaptados que usan el escudo del fútbol para desahogar sus frustraciones. Quienes provocan el caos, quienes siembran el miedo, quienes ponen en riesgo a otros, no tienen derecho a estar allí.
Barón Rojo SUr. Foto:Juan Pablo Rueda. EL TIEMPO
Es ilógico que cada que estos hechos se presenten se prendan las alarmas, se diga que no puede volver a suceder, pero realmente no se hace nada para cumplir ese objetivo, la carnetización de la Dimayor fue solo flor de un día, para decir que sí estaban haciendo algo, pero no pasó nada o mejor sí pasó se quedaron con cerca de $2.800 millones desde el 2017 y el año pasado el presidente de la Dimayor, Fernando Jaramillo, afirmó que ese dinero lo pondría a disposición de la Comisión Nacional de Fútbol, pero eso no ha ocurrido, mientras tanto los violentos siguen rampantes por los estadios del país.
Es hora de decisiones contundentes. Las autoridades, los clubes, la Dimayor y la Federación Colombiana de Fútbol deben tomar medidas ejemplares no se pueden seguir tirando la pelota, haciendo regates para evadir responsabilidades. No más paños tibios, no más excusas. La tecnología ya permite identificar a los responsables de actos violentos, y ellos deben ser vetados de manera permanente de todos los escenarios deportivos del país. No se trata de castigos simbólicos, se trata de recuperar el respeto por el espectáculo y de enviar un mensaje claro: la violencia no tiene cabida en el fútbol.
Barras del DIM. Foto:Jaiver Nieto / EL TIEMPO
Además, es fundamental que los clubes asuman su responsabilidad. No pueden seguir siendo cómplices pasivos de estas conductas. Deben separarse completamente de sus barras organizadas y comprometerse a denunciar a quienes, bajo el pretexto de apoyar a su equipo, generan caos y destruyen lo que el fútbol representa.
Como sociedad, también se debe hacer un examen de conciencia. Se han normalizado conductas que no deberían tener lugar ni dentro ni fuera de un estadio. Es hora de rechazar la violencia en todas sus formas, de educar a las nuevas generaciones en el respeto y la tolerancia, y de entender que el rival no es un enemigo, sino alguien que también ama este deporte.
Disturbios en partido América vs. Nacional. Foto:Santiago Saldarriaga. EL TIEMPO
Los estadios deben volver a ser espacios seguros, donde un niño pueda ir de la mano de su padre, donde un grupo de amigos pueda celebrar sin miedo, donde la pasión por el fútbol sea lo único que importe. Como se ha permitido que la violencia siga ganando terreno, el fútbol ya está perdiendo su esencia al no poder ingresar con la camiseta del equipo, al no poder celebrar un gol o al no poder hacer la despedida de una figura como Adrián Ramos, el domingo pasado en el Pascual Guerrero de Cali.
Es momento de actuar con firmeza y de dejar en claro que quienes eligen la violencia han perdido el privilegio de ser parte del fútbol. Por el bien del deporte, por el bien de los hinchas, y por el bien de Colombia, los violentos y desadaptados no deben volver nunca más a los estadios.
CAMILA ESPINOSA
Para EL TIEMPO
@Camilanoticia1