El viernes 13 de diciembre fue una jornada loca para la política francesa. Tras haberlo consultado varias veces desde la caída, el lunes 2, del gobierno del primer ministro Michel Barnier, a primera hora del día el presidente Emmanuel Macron volvió a convocar al Palacio del Eliseo a su viejo aliado, François Bayrou, líder del centrista Movimiento Democrático, MoDem, uno de los tres grupos que integran el macronismo.
Bayrou esperaba que le ofreciera el cargo de primer ministro, pero se llevó una sorpresa: Macron le dijo que, a la cabeza del nuevo gobierno, iba a designar al ministro de Defensa, el joven macronista Sebastien Lecornu.
“Me alié con usted para hacer grandes cosas, no pequeñas”, le respondió Bayrou. Macron expuso sus argumentos a favor de Lecornu y se mantuvo firme.
“Entonces, yo lo abandono, señor Presidente”, amenazó Bayrou, antes de despedirse de manera fría. Dos horas después, mientras Bayrou y sus asesores preparaban una declaración de ruptura que reduciría aún más la bancada minoritaria del macronismo en la Asamblea Nacional, el teléfono sonó: Macron lo volvía a convocar a su despacho, pero esta vez para ofrecerle, por fin, el cargo de primer ministro.
Las condiciones dentro de las cuales fue designado le otorgan una forma de independencia de la que tiene que hacer buen uso
Bayrou le ganó así el pulso al Presidente. “Las condiciones dentro de las cuales fue designado le otorgan una forma de independencia de la que tiene que hacer buen uso”, conceptuó el domingo en la noche, en una entrevista de televisión en BFMTV, el expresidente socialista François Hollande, quien los conoce bien a ambos.
Macron fue su ministro de Finanzas entre 2014 y 2016, antes de distanciarse de él y lanzar su candidatura presidencial con la que ganó su primer mandato en 2017. Y Bayrou, aunque procedía del centro-derecha, apoyó a Hollande para la segunda vuelta de las presidenciales de 2012, cuando el socialista ganó.
A los 73 años, Bayrou puede exhibir una hoja de vida rebosante de experiencia política y de Gobierno. Ministro de Educación entre 1993 y 1996, diputado a la Asamblea Nacional de 2002 a 2012, alcalde de la ciudad de Pau –en el suroeste– desde 2014, y –recién llegado Macron al Elíseo– ministro de Justicia por unas pocas semanas entre mayo y junio de 2017, cuando debió dejar el cargo por una indagación judicial de la que luego salió bien librado.
Casado desde hace 53 años con Elisabeth Perlant, con quien tiene seis hijos, Bayrou es un ejemplo de estabilidad familiar no muy común entre los políticos franceses. En este siglo, los presidentes Nicolás Sarkozy y François Hollande cambiaron de pareja mientras estaban en el poder.
En su doble mandato entre 1981 y 1996, aparte del hogar formado con Danielle, su esposa desde 1944, François Mitterrand hizo vida familiar con Anne Pingeot y la hija que tuvieron, Mazarine.
Católico ferviente, este “extremista de centro” como lo definieron algunos columnistas el fin de semana, Bayrou tiene por delante la ingrata tarea de poner de acuerdo a una amplia gama de grupos parlamentarios, del centro-izquierda socialista a la derecha moderada de Los Republicanos (LR), pasando por el macronismo del que hace parte el MoDem, que Bayrou lidera desde 2007.
Todo ello con el nada sencillo desafío de evitar irritar a Marine le Pen, la dirigente del Reagrupamiento Nacional (RN), decisiva hace dos semanas para censurar al gobierno del primer ministro, Michel Barnier, cuando el RN se sumó a sus principales enemigos, los grupos de izquierda, y los dos extremos hicieron mayoría para tumbar al Ejecutivo.
Va a forzar al nuevo primer ministro a ubicar el asunto de enderezar las cuentas públicas en lo más alto de la pila de fólderes a tratar
Bayrou dio un primer paso en esa dirección el lunes en la mañana cuando recibió a Le Pen y a su mano derecha, Jordan Bardella, en el Hotel de Matignon, sede del primer ministro.
A la salida, la líder del RN dijo a los periodistas: “Fui escuchada, pero es muy pronto para saber si fui comprendida”, una declaración que marca cierta apertura, a la vez que una explicable prevención.
Las cuentas en el parlamento no favorecen a Macron
Más que tratar de construir en la Asamblea Nacional una mayoría que lo respalde –tarea casi imposible–, Bayrou debe evitar que se constituya una mayoría para tumbarlo, como le ocurrió a su antecesor.
Como bien dijo el expresidente Hollande, al haberle ganado el pulso de la mañana del viernes a Macron, “Bayrou ya no depende del Presidente, sino del parlamento”.
De los 577 diputados que sesionan en el Palacio de Bourbon, frente al río Sena, el nuevo primer ministro puede contar, en principio, con los 163 votos de los tres grupos macronistas, incluido el MoDem que él lidera, y sumar 23 curules más de pequeños movimientos centristas y regionales, lo que le da 186, muy lejos de la mayoría de 289 que necesitaría.
Su aspiración es mantener el respaldo de los 47 diputados de LR, la derecha moderada que apoyó a su antecesor Barnier durante los tres meses que fungió como primer ministro. Pero eso no está claro: los líderes del grupo, encabezados por el jefe de la bancada, Laurent Wauquiez, que el lunes a inicios de la tarde fueron recibidos por Bayrou en Matignon, optaron por no dar declaraciones a la salida del encuentro.
Bayrou ya no depende del Presidente, sino del parlamento
En cuanto a la izquierda moderada (en especial los 66 diputados socialistas), Bayrou tiene con sus dirigentes una buena interloción desde que se alejó del centro-derecha para apoyar al candidato socialista Hollande en las presidenciales de 2012. Sabe que no puede aspirar a integrarlos en el gabinete, pues ellos han declarado que no están interesados.
Sin embargo, a diferencia de la extrema izquierda, la Francia Insumisa (LFI) de Jean Luc Mélenchon, cuyos 72 diputados parecen desde ya dispuestos a censurar al nuevo gobierno, los socialistas se muestran inclinados a darle tiempo a Bayrou.
Sobre la mesa hay una propuesta cruzada: Bayrou se comprometería a no acudir al artículo constitucional 49-3, que le permite legislar en temas fiscales y financieros sin contar con las mayorías, al tiempo que esos sectores asumirían no votar una moción de censura.
“Fue un encuentro serio y cordial, dentro de una lógica de compromisos”, explicó Olivier Faure, secretario general del PS al término de su visita a Matignon, antes de negar que hubieran avanzado en un “acuerdo de no censura”.
Sin un pacto claro con los socialistas, Bayrou necesita que Le Pen y los suyos se abstengan de sumarse a una moción de censura promovida por la izquierda, justamente la circunstancia que derribó a Barnier hace dos semanas. Mientras Le Pen no se decida a votar la censura, la izquierda sola no tiene cómo tumbar al Gobierno.
A favor de ello, el nuevo primer ministro puede contar con que Le Pen debe evitar convertirse en un agente de permanente inestabilidad, algo que puede golpear su imagen con miras a las elecciones presidenciales de 2027, para las que figura como favorita en las encuestas.
Tenemos el deber de afrontar con los ojos abiertos la situación heredada durante décadas enteras en las que no hubo una búsqueda de equilibrio
La economía, el mayor reto que enfrenta el Gobierno
Y es que apostarle a la inestabilidad en la actual coyuntura de la economía francesa equivale a jugar con candela.
Por primera vez en 45 años, Francia se encamina a cerrar el año sin que la Asamblea Nacional haya aprobado el presupuesto del siguiente, una coyuntura especialmente crítica cuando el país enfrenta un déficit fiscal sin precedentes: del 4,4 por ciento del PIB proyectado a inicios del año, al 6,1 por ciento, según cifras divulgadas el lunes pasado.
Para agravar el panorama de la economía francesa, las cuentas públicas baten otro récord: una deuda que supera los 3.300 millones de euros, equivalentes al 113 por ciento del PIB.
A manera de comparación, y aunque las economías del primer mundo suelen tener niveles más altos de endeudamiento, la deuda pública colombiana equivale hoy en día al 48 por ciento del PIB.
El sábado en la mañana, pocas horas después del anuncio del Elíseo sobre la designación de Bayrou, la agencia de calificación de riesgo Moody’s degradó la nota de la deuda francesa de Aa2 a Aa3. Es el segundo golpe de parte de las calificadoras este año: en la primavera, Standard & Poor’s rebajó la nota de AA a AA-.
Según explicaba el fin de semana el diario parisino Le Figaro, la decisión de Moody’s “va a forzar al nuevo primer ministro a ubicar el asunto de enderezar las cuentas públicas en lo más alto de la pila de fólderes a tratar”.
Aparte de rebajar la nota, Moody’s se inquieta por el futuro: prevé que el déficit siga subiendo en 2025 hasta 6,3 por ciento y que la deuda pase del 113 por ciento del PIB hoy, al 120 por ciento en 2027.
Bayrou es consciente de ello. De hecho, son asuntos que lo vienen preocupando desde hace años. En 2012, cuando era candidato a la primera vuelta de la elección presidencial (obtuvo 9,1 por ciento de los votos y para la segunda vuelta apoyó a Hollande), repitió de manera insistente que “el primer deber del Estado es poner en orden sus finanzas”.
El viernes, en sus primeras declaraciones en las escalinatas del Hotel de Matignon, se refirió al “Himalaya que tenemos por delante” y dijo que “el déficit y la deuda plantean un problema moral y no solamente financiero”.
Luego agregó: “Tenemos el deber de afrontar con los ojos abiertos la situación heredada durante décadas enteras en las que no hubo una búsqueda de equilibrio” en las finanzas públicas.
Su antecesor, Barnier, andaba en esa búsqueda y por eso presentó un presupuesto que imponía economías en el gasto e impuestos para aumentar los ingresos.
Y fue justamente esa propuesta la que generó el rechazo tanto de los partidos de izquierda como de la derecha radical de Le Pen –ambos sectores con fuertes inclinaciones populistas–, lo que desencadenó la moción de censura que tumbó al Gobierno.
Así que Bayrou no la tiene fácil. Por eso, muchos franceses comienzan a hacer apuestas sobre cuánto durará. Y si Bayrou no resiste, las voces que desde ya comienzan a pedir que el presidente Macron renuncie y que haya elecciones presidenciales anticipadas para desbloquear la situación política, se multiplicarán.
MAURICIO VARGAS - PARA EL TIEMPO