Las etimologías, además de los libros, son dos pasiones de la escritora y filóloga española, Irene Vallejo Moreu, dos fuerzas que la mueven a escribir y a hacer pedagogía. Y por eso la conversación con ella partió de la etimología de las palabras, del origen de lo que nombramos, de su verdadera esencia y de la corporalidad que toman con el tiempo.
Conforme a los criterios de
Bien lo escribió hace unos años en una de sus tantas columnas: “Las etimologías responden: pasar de un ministerio a una escuela supone un ascenso”, refiriéndose a que ‘maestro’ viene del latín magis y ‘ministro’ deriva del latín minus. Pasar de lo menos a lo más. Aunque hoy esa fórmula sea al revés, la invitación de Vallejo es a darle de nuevo a las palabras el valor que tenían en la Antigüedad. Hablar con ella y leer El infinito en un junco es reafirmar que los libros salvaguardan el vestigio de la historia de la humanidad, el vestigio de lo que somos y seremos. Milenios atrás la historia se transmitía por las palabras, hoy contamos con el libro como una tecnología poderosa que nos permite estar contenidos entre sus páginas.
Irene, del griego Eirene, significa paz y serenidad. Una definición que arropa lo que es la autora. Y a eso se le puede agregar la ternura, la dulzura y el encanto. EL TIEMPO habló con ella en su visita al Congreso de Asocajas,en Medellín.
Sé que le gusta la etimología y quiero preguntarle por una brecha en el lenguaje en la que me quedé pensando. Si a la persona que pinta se le dice pintor y al producto de su oficio pintura, igual con el escultor y la escultura, ¿por qué no pasa lo mismo con el escritor y el libro?
Ahí hay todo un universo de términos. El oficio de la literatura se origina en la oralidad. Luego hay toda una evolución desde que se empieza a escribir hasta los distintos modelos de libros. Cada una de esas etapas tiene su lenguaje asociado y sus términos concretos que vienen de distintas lenguas, como el griego y el latín. Hay una galaxia de términos: autor, escritor, libro, y cada uno tiene sus raíces. Por ejemplo, biblion en griego que deriva en la Biblia, que es el libro de libros y se remonta a la ciudad de Biblos de donde venía todo el mundo fenicio, los primeros libros, y también biblioteca. Todos estos términos son testigos de una historia compleja y larga hasta que llegamos a este producto-libro. La palabra libro viene del latín liber, que era la corteza de los árboles, específicamente una membrana que está dentro de la corteza, pues hubo un momento en que se escribía en cortezas. En estos términos hay huellas históricas, geográficas y materiales. Seguir la etimología de todas estas palabras remonta a una hermosa historia compleja y cambiante y en evolución perpetua. El libro ha sido rollo, tablilla, códice y muchas cosas que han jalonado su evolución. Y eso es hermoso.
"En la historia de los libros una de las cuestiones básicas y esenciales es la libertad de la lectura, que tanto nos ha costado conquistar y que está siempre amenazada por la censura".
¿El término ‘liber’, que es corteza, tiene alguna relación con la palabra libertad?
No son exactamente palabras iguales, pero tienen una semejanza y pertenecen a una familia que ha estado constantemente produciendo o recayendo en ese juego de palabras. En el mundo antiguo muchas veces los libertos (esclavo liberado) eran los que gestionaban las primeras librerías. Ahí hay un campo semántico del libro, liberto, libertad. Es decir, alguien que ha sido un esclavo y ha recuperado su libertad se convierte en una persona al servicio de los libros. Son dos palabras que no son idénticas, pero están muy próximas y que dan oportunidad a esos juegos que son evidentes en la novela Fahrenheit 451 con los libros libres, esas personas que aprenden de memoria libros y se convierten en libros vivientes. Al final es una confluencia terminológica que tiene mucho sentido porque en la historia de los libros una de las cuestiones básicas y esenciales es la libertad de la lectura, que tanto nos ha costado conquistar y que está siempre amenazada por la censura.
No es solo la libertad de la lectura, también la libertad de comprar, que es la de acceder a un libro. En ‘El infinito en un junco’ usted reitera mucho cómo el libro pasó de ser un objeto para privilegiados a uno al alcance de todos...
Sí, en realidad, El infinito en un junco no es solo la historia de los libros, sino la de la democratización del acceso a los libros que para mí es uno de los ejes principales de nuestra historia no solo cultural, sino humana. Ha costado mucho sacar los libros de los palacios, de los lugares de privilegio, de los espacios sacerdotales, de las colecciones reales o aristocráticas para llevarlos a la sociedad, a los corazones de los barrios y a las bibliotecas públicas. A pesar de los esfuerzos y de los éxitos muy relativos, no hemos acabado ese proceso de democratización. Hay lugares donde el acceso a los libros es difícil.
Apelando a la democratización de los libros y de la lectura en general, ‘El infinito en un junco’ se publicó por primera vez con una editorial que tenía poca presencia fuera de España y Europa, y aquí era costoso y escaso. ¿Por esa intención de democratizar los libros y la lectura decidió vender los derechos del libro a Random House?
A través de las redes, recibía mensajes de gente que me decía que estaba ahorrando para comprar el libro, y a mí me parecía eso tan contrario al propio espíritu y el mensaje del libro, que acordamos con Random House, que ya tenía una alianza con Siruela, realizar una edición especial para Hispanoamérica. No quería que el libro fuera una contradicción del mensaje que contenía. La cuestión del acceso a los libros es algo que me preocupa. Ahora se está empezando a plantear que la lectura y el acceso a los libros son derechos humanos, y por tanto estos derechos no deberían estar coartados por el acceso o por el precio o por los materiales o las circunstancias de la exportación. Las bibliotecas y los libros electrónicos están jugando un papel importante en ese sentido.
¿Cuáles son las posibilidades que ofrecen los libros electrónicos?
Tener todas las opciones enriquece nuestra experiencia. No debe haber una competencia entre los libros tradicionales y electrónicos. Todo lo contrario, ambos son alternativas para solucionar distintos problemas. Y es cierto que gracias a los libros electrónicos puedes leer novedades de tu país estés donde estés, pues en algunos lugares es difícil encontrar libros en tu idioma si estás viviendo en el extranjero. Con los libros electrónicos puedes viajar con tu biblioteca encima, sin que te ocupe un lugar o pese, y también personas con problemas de visión pueden ampliar el tamaño de letra. Estamos resolviendo muchos problemas y creando un abanico de opciones para que nadie se quede afuera de la lectura, para que nadie tenga limitaciones para leer, si es lo que desea.
Sin embargo, prevalece el placer de tener el libro en físico...
La lectura en papel todavía es muy valiosa por distintos motivos, no solo por una especie de culto al pasado, sino porque realmente en este mundo contemporáneo en el que vivimos la lectura en papel nos permite oxigenarnos respecto a las pantallas, que están atravesadas por las notificaciones y la publicidad. También, la lectura en los dispositivos electrónicos es mucho más controlada porque se sabe qué estás leyendo, hasta dónde has llegado y qué libro has abandonado. Amazon no lo disimula, ofrece datos de cuánta gente ha subrayado una frase.
¿A usted como autora le llega esa información?
Sé que esa información consta y que Amazon tiene grandes bases de datos con las que puede ver cuándo has hecho descargas, quiénes leen los libros, en qué momento. Si llegase el momento en el que hubiera libros prohibidos, estas empresas tendrían los datos de quiénes los están leyendo. Cuando descargas un libro no lo tienes en propiedad, no en el mismo sentido que un libro que tienes en tu casa, que para quitártelo tendrían que venir con una orden de allanamiento para hacerlo.
"Si llegase el momento en el que hubiera libros prohibidos, estas empresas tendrían los datos de quiénes los están leyendo. Cuando descargas un libro no lo tienes en propiedad, no en el mismo sentido que un libro que tienes en tu casa, que para quitártelo tendrían que venir con una orden de allanamiento para hacerlo".
Volviendo al tema de la democratización y de su intención de que más personas tengan acceso a su libro, ¿se considera una autora de masas luego del éxito que representó ‘El infinito en un junco’?
A mí me sorprende mucho esa definición porque cuando estaba escribiendo tenía la sensación de estar escribiendo un libro raro, incluso experimental, porque no es un ensayo al uso, sino uno muy narrativo, que juega con los límites entre los géneros. Pero no importaron las definiciones, ni las etiquetas, pues el libro ha llegado a muchas más personas de las que yo intuía inicialmente. Me hace muy feliz que el libro haya podido crear esa comunidad alrededor y que este sea mucho más resistente de lo que pensaba.
‘El infinito en un junco’ echa mano de muchos géneros en el marco del ensayo, y aunque es un libro que cuenta la historia de los libros no se queda en el mero dato histórico, sino que conecta la historia del pasado con el presente. ¿Por qué es tan necesario tejer entre épocas para entendernos mejor?
Cuando daba clases en la universidad, me di cuenta de que mis estudiantes recordaban mejor aquello que les contaba en forma de historia: una peripecia humana, una aventura, una búsqueda, un fracaso, un éxito, una derrota, una pasión humana. Todo eso se recuerda y deja una huella más honda. Eso es lo que he intentado hacer en este libro, contar la historia del libro como un tapiz de personas, historias, relatos, hallazgos arqueológicos que nos permiten rastrear ese misterioso amor por los libros que ha hecho que los salvemos de lo que hubiera sido su destino más natural, que era la desaparición. Este ensayo tiene la capacidad de jugar con las ideas y de buscar las conexiones entre el pasado y el presente, las continuidades que son muy importantes para pensar el mundo.
Los periódicos, que también son papel y recogen la historia, han reducido los tirajes de impresión y hay empresas que contemplan o ya dejaron el papel. ¿Eso pasará con los libros?
No es por idealizarlo, pero el libro como objeto tangible tiene un atractivo especial. Si renunciáramos a los libros escritos por los digitales, ya lo dije, caeríamos en una lectura mucho más controlada. Luego, los libros materiales se pueden heredar, pasar de generación en generación. Al fin y al cabo, el libro es un objeto que nace para durar, frente a la obsolescencia programada de muchos objetos tecnológicos. Siempre que hay un cambio de formato se pierden muchos documentos. Los libros los podemos leer sin ningún obstáculo, no hace falta un programa especial para releerlos. El periodismo ha tenido un carácter más efímero, mientras que los libros no. Por eso, cuando algunos artículos o crónicas se consideran valiosos, suelen desembocar en libros para garantizarles continuidad más allá de esa vida efímera. También tenemos una relación con los libros, los queremos tener firmados, dedicados, queremos tocarlos, tenerlos en la mesita. Hay una relación casi que sensual con lo que se toca, con el olor, con los formatos que son diferentes. Todo eso se pierde en el libro electrónico. Se dijo que la pintura terminaría con la fotografía y eso no pasó. Ambas han convivido y, de hecho, la pintura se hizo más tangible.
¿Cómo ve implementada la inteligencia artificial (IA) en la escritura y el mundo literario? ¿Ve algún riesgo para los autores y para los lectores?
Veo sobre todo un riesgo para las personas que se dedican a la traducción. Lo deseable sería que este tipo de tecnologías se ocupe de esas tareas que son muy rutinarias. En nuestro oficio estamos perdiendo mucho tiempo con papeles, con documentación, con burocracias. El problema con la IA es en qué medida le vamos a permitir tomar decisiones y cómo las va a tomar. También está el tema de transparencia, el cómo se respetan los derechos de autor, porque muchas IA se están nutriendo de obras literarias para aprender a escribir. Son muchas cuestiones alrededor que son importantes empezarlas a definir y a cuestionar, como el coste energético y ecológico de la IA. La IA tiene, como todo lo humano, su rostro peligroso, útil y ventajoso. Tiendo a ser optimista en general y entiendo por qué esta ha venido precedida de mucho pesimismo. Igual pasó con la imprenta o la escritura.
NATALIA TAMAYO GAVIRIA
REDACCIÓN DOMINGO
X: @nataliatg13