El manual de los autócratas se actualiza velozmente

hace 5 horas 20

A Nayib Bukele le gusta presentarse como el presidente cool que, junto con Donald Trump y Javier Milei, libra las batallas culturales de la nueva derecha con las armas políticas más eficientes del siglo XXI, las redes sociales. Pero, para blindar su poder de la “amenaza” del disenso y las críticas, el mandatario salvadoreño debe apelar también a los métodos más tradicionales de las dictaduras cerradas, más ancladas en los 70 que en 2025.

En apenas unas semanas, su gobierno detuvo a Ruth López, una de las principales activistas de derechos humanos de El Salvador, y aprobó la ley de agentes extranjeros. López fue acusada de enriquecimiento ilícito y enviada a prisión preventiva. La ley, por su parte, le sirve a Bukele para vigilar y coartar la actividad de las organizaciones que cuestionan la falta de legalidad de su política de seguridad.

Todo sale de un manual impreso muy cerca de su país. En Cuba, los Castro y Díaz-Canel y, en Nicaragua, Daniel y Rosario Ortega son los autores de una fórmula de persecución y represión que, con mayor o menor precisión y éxito, siguen los autócratas y aprendices de dictadores de América Latina. La suya es la versión regional del manual global del autócrata.

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Nicolás Maduro celebra el triunfo del chavismo en las elecciones del 25 de mayo en Venezuela. Foto:AFP

Bukele no solo aprende de ese manual; también ayuda a actualizarlo. El autócrata del siglo XXI no es el del boom autoritario de los 60 y 70. El dictador de hoy mantiene, como antes, el monopolio de la fuerza y de las armas, pero, en su fórmula, incluye ingredientes de “ñoño republicano”: la existencia y aparente separación de los tres poderes y el despliegue electoral.

Al autócrata y, sobre todo, a su aprendiz más joven les gusta el mascarón democrático; les sirve para cimentar legitimidad hacia adentro y afuera de sus países. (¡Si hasta el Partido Comunista chino se siente tentado de definirse como democrático...!).

En la era de la recesión democrática, las democracias del mundo se transforman y se debilitan, las autocracias también se reconvierten, pero para fortalecerse. Por primera vez en 20 años, según el último informe de V-Dem, hay más autocracias (91) que democracias (88). Y de esas dictaduras, 56 son autocracias electorales. Hace 50 años había, en cambio, 36 autoritarismos electorales y 85 autocracias cerradas, de acuerdo con el prestigioso informe.

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El presidente de El Salvador, Nayib Bukele. Foto:X y AFP

La paradoja democrática

Bukele, Nicolás Maduro, Vladimir Putin, Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orban, Narendra Modi, llegaron al poder a través de elecciones. Algunos están más avanzados que otros en su deriva autocrática; no son lo mismo Maduro y Bukele ni Orban y Putin. Pero, por diferentes razones, todos necesitan la legitimidad del voto.

Erdogan y Orban porque sus países son miembros de alianzas y bloques que predican la democracia en el mundo. Bukele, para preservar el apoyo de la derecha, y Maduro, por lo mismo, para no perder el respaldo de la izquierda regional. Modi, para mantener la imagen y el peso simbólico de ser el conductor de la mayor democracia global. Putin, para ser el líder ruso más importante de la historia, un zar elegido directamente por el pueblo.

La paradoja democrática les permitió acceder al gobierno a través del voto y, una vez allí, hacer todo lo posible para manipular los comicios y resultados con total impunidad: entrometerse con la autoridad electoral, acorralar a los medios, vaciar a la oposición, reprimir el disenso. Putin y Erdogan cercan a la oposición con la cárcel y la muerte hasta anular sus chances electorales. Bukele y Maduro no dudan en declararse ganadores con porcentajes poco creíbles de votos incluso antes de que estén los resultados de los comicios.

Tanto avanzaron las autocracias sobre los sistemas de sufragio que una de cada tres de los 4.300 millones de personas que votaron en 2024, año definido como “el mundial electoral”, lo hizo en comicios de baja calidad, según el último ‘Índice sobre el estado global de la democracia’, de la organización internacional Idea.

México agregó el domingo pasado otro capítulo electoral a la edición 2025 del manual del autócrata. Como toda ofensiva del autócrata o de su aprendiz, las primeras elecciones judiciales de América Latina estuvieron rodeadas de un relato épico de lucha contra las castas que buscan perjudicar al pueblo.

El expresidente Andrés Manuel López Obrador y su sucesora, Claudia Sheinbaum, levantaron la bandera de la “democratización de la justicia” para promover las elecciones directas de 2.700 jueces. Históricamente rodeada de sospechas de corrupción e imparcialidad, la justicia está lejos de ser la institución más confiable de ese país. De acuerdo con un informe de 2024 de México Evalúa, apenas un 13,4 por ciento de los mexicanos tienen mucha confianza en sus jueces.

Pero la oposición a López Obrador y Sheinbaum y los especialistas se preguntan si la mejor forma de limpiar esa justicia era someterla a una elección en la que los candidatos tenían antecedentes tan desconocidos como dudosos y en la que el partido en el poder, el Movimiento Regeneración Nacional (Morena)corrió con ventaja. De hecho, a mediados de esta semana quedó claro que el oficialista Morena tendrá el pleno control de la Suprema Corte de Justicia y del nuevo Tribunal de Disciplina Judicial (TDJ), que vigilará a todos los jueces en México.

AKP, la formación islamista del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

AKP, la formación islamista del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Foto:AFP

Así las cosas, el partido de López Obrador y Sheinbaum manejará con pocos límites el Poder Ejecutivo, el Parlamento y la justicia... una curiosa versión de democracia.

La elección de los jueces se insinuó desde el principio como altamente compleja para el votante (por el alto número de cargos judiciales sometidos a elección directa por primera vez), y la baja participación lo confirmó: no superó el 13 por ciento de los casi 100 millones de personas que estaban llamadas a votar, según cifras del Instituto Nacional Electoral (INE). Esa es otra mañana de las autocracias electorales: desalentar la participación, bloquear a la oposición y que solo voten los leales para garantizar una victoria abultada. La Venezuela de Maduro sacó una ‘buena nota’ en esa tramposa estrategia en las recientes elecciones regionales que se llevaron a cabo el 25 de mayo en ese país.

Hábil manejo geopolítico

Si los comicios les sirven a los autócratas para enfundarse la máscara democrática, construir un umbral de legitimidad y gestionar la ilusión de institucionalidad de sus seguidores más leales, la utilidad geopolítica les permite blindar a su gobierno de las críticas internacionales que tanto debilitaron a las dictaduras en otras décadas.

Las guerras y las crisis económicas y sanitarias que definen los cinco primeros años de esta década añadieron un capítulo inédito al manual del dictador: el de la internacional autocrática. En su libro Autocracia S. A., Anne Applebaum, una periodista e historiadora estadounidense que investigó como pocos a las dictaduras postsoviéticas, advierte que los conflictos de esta década y una decidida actitud antinorteamericana dieron luz a un club de autocracias que no siempre se llevaron bien: China, Rusia, Irán, Corea del Norte.

Esas naciones son autocracias afianzadas, sin vuelta atrás en el horizonte. Nueva pero sólida, la alianza internacional autoritaria les permite irradiar cohesión, complementar sus economías de guerra y seducir a otros países para ampliar su esfera de influencia.

Las naciones de autoritarismos más incipientes tienen, en cambio, otra estrategia para hacerse necesarios en la geopolítica del caos y, en definitiva, para perpetuar su poder interno a través de la legitimidad internacional: se ofrecen como piezas facilitadoras de soluciones a conflictos de otros países.

Bukele encontró una “fórmula ganadora” con sus emblemáticas y polémicas cárceles: le ofreció a un Donald Trump al que no le importa mucho respetar la ley albergar allí a sus migrantes deportados. Por esa solución rápida, el presidente salvadoreño recibió un premio que muchos presidentes, entre ellos Milei, buscan y no consiguen, una reunión en el Salón Oval de la Casa Blanca.

En la implementación de esa estrategia, el ganador, sin embargo, es Erdogan. No hay límite institucional que el presidente turco no haya arrollado: manipula elecciones, encarcela durante años a los rivales que más chances tienen de derrotarlo en las urnas, aplasta la libertad de expresión y de religión.

Sin embargo, pocas voces internacionales cuestionan la deriva autoritaria de un líder que cumple con todos los capítulos del manual del autócrata. ¿Por qué? Erdogan se hizo imprescindible en la definición de dos de las crisis que más desvelan al mundo, la guerra en Ucrania y el conflicto en Medio Oriente. Su Turquía es una escala ineludible en el tenue diálogo entre Moscú y Kiev y un actor imprescindible en el futuro de la reconstrucción de Siria.

La pericia económica de los autócratas o de sus aprendices suele ser ambigua. El Salvador, Turquía, Hungría, Rusia y Venezuela tienen hoy economías peor que las de sus vecinos. Y a falta de éxitos en el crecimiento, mejor entonces actualizar el manual del autócrata con nuevas recetas para así perpetuarse en el poder.

Inés Capdevila (*) Secretaria de Redacción del diario ‘La Nación’, de Buenos Aires (GDA). 

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