Luis Felipe Vázquez Aldana es un escritor barranquillero que durante años ha trabajado de manera discreta y rigurosa en una serie de obras que abarcan desde la ficción histórica del Caribe y España, hasta la literatura de corte juvenil y la poesía más honesta.
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Su obra ha sido premiada y resaltada en concursos de España , Venezuela y Alemania. Vázquez Aldana es uno de esos autores que vale la pena descubrir y leer y esta entrevista nos acerca a un autor que tiene mucho por contar.
¿En qué momento decide que la literatura sea su forma de expresión?
En mi juventud soporté el dolor de perder cosas. Debido a la separación de mis padres, me sentí abandonado sin ningún motivo. Pasé de vivir una vida de gran bienestar en Barranquilla a dormir directamente en el patio de mi abuela en Sahagún. Dormí en una hamaca en la terraza del patio y ahí estaba una silla de escuela donde pintaba y dibujaba compulsivamente en busca de mi expresión. Mi infancia estuvo influenciada por la pintura, digamos que fue mi primer amor por el arte, mis hermanos me enseñaron y me encantaron los estilos desde Henri de Toulouse-Lautrec hasta Andy Warhol. Recuerdo que cambié mucho en el pueblo, porque en el colegio me daban lecciones de filosofía bajo un palo de almendra o roble no sé, me preguntaban qué decía el cura en misa; me dieron lecciones de español y de escribir en máquina, lecciones que reprobé. Un día la profesora de español me dijo que me recuperaría si reescribía y representaba una obra de teatro. Cuando hice el ejercicio creativo de escribir, sentí el entusiasmo estético al que se refiere George Orwell, sentí el susurro de alguien dentro de mí, similar a la paz después de una oración. Desde entonces, mi escritura siempre fue una carta a mis padres, aunque con el tiempo sané.
¿Cómo se ubica dentro de la escena de autores del Caribe Colombiano?
Al principio como la guayabera: afuera. Y ahora no veo tal ubicación, no me gustan los puestos, sólo los roles muy efectivos.
Pero entiendo que la pregunta se refiere a esto, a mi papel caribeño. Bueno, considero que Colombia no puede ser contada en un triángulo de oro etnocéntrico. Necesitamos decírselo al mundo como caribes. Como base, la transculturalidad histórica de las costas, su confluencia con las sabanas y el surgimiento de una ficción antillana derivada del sincretismo español, sólo puede ser posible a partir de voces con raíces indígenas viscerales, enredadas con el ritmo del sol, del perfecto desvestirse desde una brisa del este, manos que saben a mar.
Ahora bien, soy una de las pocas personas que utiliza lo que Orwell llama, el impulso histórico: en mi caso, para distorsionar la historia con los futuros potenciales de la ficción y, en última instancia, conducirla a la descripción de las perplejidades humanas y su terremoto psicológico.
¿Qué temas lo desvelan a la hora de escribir?
Vi que en los repositorios de universidades de Norte y Centroamérica, mi obra se encuentra bajo los temas: ficción colombiana, religión, política y fundamentalismo. Y obviamente, cuando estudié historia latinoamericana con Jesús Ferro Bayona, aprendí sobre el contexto histórico y cómo aplicarlo a mi trabajo. Es decir, contar todo lo que está sucediendo bajo los diferentes aspectos y fenómenos de la época: economía, religión, arte, cultura, pintores, escritores, políticos, etc. Sin embargo, eso no es lo que me mantiene despierto por la noche, sigue siendo mi decoración junto con el alivio propio de describir la carroña social. Digamos que tengo o estoy haciendo una tripleta temática, un juego. Ejemplo, Gabo, dijo: escribo sobre el poder, el amor y, entre ellos, la soledad. Mi caso es este: ambición o pretensión humana, el misterio de pasiones oscuras y en medio de ellas, el silencio se encuentre o no con la luz.
Aparte, la muerte, sin muerto no hay novela, decía nuestro dilecto y finado escritor , Ramón Illán Bacca
¿Qué influencias reconoces en tu estilo literario?
Esta es una pregunta compleja, porque lamentablemente tengo el error de vincular demasiado el todo, creo que todo es holístico y está conectado. Es decir, el problema no es una influencia en el estilo de escribir, sino más bien una influencia en la forma de vivir, dada la obsesión perceptiva y conductual que requiere el ejercicio literario. Esto parece extraño. En este sentido yo lo llamaría más que influencias, aprendizaje o percepción. Creo que con Juan Rulfo, que es más legible que William Faulkner, aprendemos la importancia de preservar las variaciones sociolingüísticas, es decir que la descripción o formación de oraciones no debe ser completamente refinada, porque debido a las variedades diastráticas, la lengua es o puede ser culta, coloquial, argot o vulgar en su caso. Y esto da libertad, sumada a la variedad diatópica o dialectal, diacrónica, etc. aterrizando el texto al desparpajo o la sofisticación. Por otra parte, en la literatura rusa, por ejemplo Antón Chéjov, Nicolás Gogol, Tolstoi, Dostoievski, no siento el estilo sino que es una invitación a acercarnos a la dimensión humana y su complejidad. Algunos estilos americanos como el de Hemingway son tan claros como simples, Steinbeck encuentra más la metáfora en el naturalismo. Por otra parte, Camus es único en la claridad de su propósito. De todo, la combinación de elección de palabras, lenguaje o significado figurativo y formación de oraciones de Gabo y Poe es brillante.
¿Qué cree que diferencie a un escritor del hombre común y cotidiano?
La diferencia entre el escritor y el hombre común es el tiempo. El tiempo es el espacio que existe entre el crimen y el castigo. En otras palabras, lo que se haga en este período marcará la diferencia en las consecuencias de los hechos perpetuados. Un escritor utiliza este intervalo de tiempo para la producción creativa y por tanto cambia su realidad y su entorno, transformando las consecuencias.
Les diré como decía Carlos Fuentes: no hay nada más ingenuo que pensar que un escritor es alguien inofensivo, un escritor puede derrocar a un régimen tiránico, a un presidente.
¿Siente algún compromiso político a la hora de escribir sus libros?
Bueno, la literatura sirve para todo y algunos dicen que no debería decir nada. Sabemos que Shakespeare utilizó la sátira para tales fines, el arte de la sátira, la fábula de Orwell en La rebelión de la Granja, como una observación crítica de las consecuencias de la Revolución Rusa, y más tarde utilizó la ficción para los tiránicos nazis y soviéticos. Incluso Galileo Galilei lo aplicó para explicar sus teorías.
Ciertamente, mi literatura ha abordado temas sociopolíticos y religiosos reales y ficticios. Pero sin partido político, porque estas no son excusas y no siguen burlas demagógicas, aunque me sienta políticamente comprometido a describirlas desde mis personajes. La reflexión queda con el lector, los pocos que he tenido.
¿Qué opina de la nueva oleada de mujeres escritoras?
Interesante, justo y necesario, pero esto no debería sorprendernos, porque es un planteamiento en sí mismo y no una moda. La artista femenina siempre ha existido. Las mujeres albergan una visión del mundo tan latente como antiguas, cualidades estéticas e intelectuales que merecen ser exploradas y promovidas, no sólo en la literatura sino en todas las artes.
Desafortunadamente, esta nueva ola de escritoras puede verse como una apología del antipatriarcado y el ímpetu llega más de esa manera. En mi opinión, es producto del fenómeno de la democratización globalizada basada en la generación de contenidos y sus expresiones comunicativas, es decir, todo para todos. En lo personal, estudié literatura y aspectos editoriales con profesoras como Adriana Rosas, Nury Ruiz y con Maya Toya. Estoy acostumbrado.
¿De qué lo salva la literatura?
Y quién te dijo que este es el cielo.
JOHN BETTER
Para EL TIEMPO