HUARAZ, Perú — Dionisia Moreno, una campesina indígena de 70 años, recuerda cuando el río Shallap, a casi 4 mil metros de altura en la Cordillera Blanca, trajo agua cristalina repleta de truchas a Jancu, su pueblo. “Tanto las personas como los animales podían beber el agua sin sufrir”, afirmó. “Ahora el agua está roja”.
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El culpable es el cambio climático. La Cordillera Blanca alberga la mayor concentración de glaciares tropicales del mundo, que son particularmente sensibles al aumento en las temperaturas y son una importante fuente de agua dulce en Perú.
Los glaciares se han reducido más de 40 por ciento desde 1968, dejando al descubierto rocas que, cuando se exponen a los elementos, pueden desencadenar reacciones químicas que filtran metales tóxicos al agua y la vuelven ácida.
El proceso, conocido como drenaje ácido de rocas, “crea una reacción en cascada que contamina las fuentes de agua”, dijo Raúl Loayza, biólogo en la Universidad Cayetano Heredia de Perú. “Es un gran problema y está empeorando más y más”.
La desglaciación arriba del Lago Shallap, la cabecera del Río Shallap, ha dejado al descubierto más de 150 hectáreas de la Formación Chicama, que es rica en pirita, un sulfuro de hierro. A medida que el agua de deshielo gotea por las rocas, la pirita se transforma en hidróxido de hierro y ácido sulfúrico, una sustancia química corrosiva que libera metales pesados de la roca al agua de deshielo.
El Lago Shallap es ahora casi tan ácido como el vinagre. También contiene plomo, manganeso, hierro y zinc en niveles que superan los estándares de calidad ambiental, reporta el Instituto Nacional de Investigación de Glaciares y Ecosistemas de Montaña (Inaigem) de Perú.
Las autoridades de salud han prohibido el Río Shallap y varios otros arroyos acidificados para el consumo humano. Pero la mayoría de las aldeas aún lo utilizan para cultivos. Los campesinos dicen que puede hacer que algunas plantas se marchiten.
Las aguas de deshielo están más acidificadas y más cargadas de metales pesados en los altos Andes, donde los glaciares se están derritiendo activamente. Las aldeas indígenas en estas elevaciones son las más vulnerables y tienden a carecer de influencia con las autoridades que podrían ayudar a asegurar el acceso a alternativas más limpias.
Con la ayuda de una organización local sin fines de lucro, el pueblo de Canrey Chico, ubicado en los márgenes del Río Negro, otro río color rojo óxido, construyó un sistema de estanques y canales plantados con juncos nativos para reducir la acidez y los metales pesados en el agua extraída del río. Sin embargo, los funcionarios del Gobierno provincial abandonaron un esfuerzo para ampliarlo.
Vicente Salvador, el campesino que había impulsado la iniciativa, murió de cáncer gástrico en el 2021. “Su principal fuente de agua provenía del río”, dijo su hijo, Joel Salvador, de 45 años.
Durante mucho tiempo se ha considerado que los manantiales son fuentes de agua más limpias que los ríos en los Andes, pero dos cuencas que desembocan en Huaraz, la capital regional, se han vuelto ácidas.
EPS Chavín, la empresa de servicios públicos que suministra agua a Huaraz, dejó de tomar agua de una de ellas en el 2006 después de que se detectó manganeso, que puede ser tóxico para el sistema nervioso. Pero ante la escasez de agua, la empresa planea construir una planta de tratamiento de 10 millones de dólares para procesar aguas acidificadas con metales pesados.
El Inaigem prevé que para el 2030 los glaciares de la Cordillera Blanca por debajo de los 4 mil 900 metros habrán desaparecido. “Eso va a dejar expuesta una gran superficie de minerales”, dijo Yeidy Montaño, científica del instituto.
Cerca del Río Shallap, Moreno dijo que a veces piensa que los evangélicos que le han hablado sobre el fin del mundo pueden tener razón: “Dicen que los glaciares desaparecerán y los ríos correrán rojos. Eso se está volviendo realidad”.