Demi Moore es la estrella de una de las películas más sangrientas y audaces jamás nominadas a un Premio de la Academia, la sátira feminista de horror corporal “La Sustancia”. En la pantalla, Moore, de 62 años, se disuelve y muta de maneras a menudo espeluznantes —desnuda y en primeros planos extremos. Y no podría estar más autorrealizada al respecto.
El papel requirió “luchar con los destellos de mi propia inseguridad y ego”, explicó Moore. “Se me pidió que compartiera esas cosas que no necesariamente quiero que la gente vea”.
Filmar entre esa incomodidad fue un “regalo”, agregó.
‘La sustancia’. Foto:Universal Pictures
Moore ganó el premio Critics Choice a la Mejor Actriz —y también es la favorita al Oscar a la Mejor Actriz— por interpretar a Elisabeth Sparkle, una ex estrella convertida en instructora de fitness televisiva que es marginada sin miramientos por el pecado hollywoodense de existir después de los 50 años. Su solución desesperada es inyectarse la misteriosa poción que le da título a la película y dar a luz —vía una inmensa herida en su columna vertebral— a una yo más joven, llamada Sue (Margaret Qualley). Se supone que deben cambiar de lugar semanalmente, mientras la otra vegeta. Pero en la batalla por la carne núbil —y, por ende, la popularidad— Elisabeth pierde, de manera grotesca.
La película ha generado conversación principalmente por su mensaje nada sutil. Pero la singular actuación de Moore —que toma de su pasado en la vida real como símbolo sexual cuya forma fue a la vez adorada y castigada— no es sólo una metáfora. Es fascinantemente física, una hazaña de alcance emocional sin palabras: tiene comparativamente poco diálogo; casi no aparece en pantalla con una coprotagonista (al menos cuando ambas están conscientes); y se comunica principalmente a través de tomas cercanas, a menudo mirando su reflejo —”que realmente no es el lugar más cómodo para estar”, dijo Moore. “Buscamos lo que está mal”.
Demi Moore en una escena de La sustancia Foto:MUBI
En sus memorias del 2019, “Inside Out: Mi Historia”, Moore detalla los trastornos alimenticios y el ejercicio excesivo que realizó durante años y cómo emergió con un sentido de sí misma mucho menos fracturado.
Moore dijo que lo que la atrajo a la historia de “La Sustancia” fue la forma en que los impulsos de “comparar y caer en desesperanza” se volvían hacia adentro, violentamente: “Porque puedo mirar y decir que no hay nada que nadie más me haya hecho que sea peor que lo que yo me he hecho a mí misma”.
Había grandes abismos entre ella y la solitaria y obsesionada con su carrera Elisabeth, dijo. Pero, agregó, “Emocionalmente, realmente la entendí”.
En 1991, Moore apareció en la portada de Vanity Fair. Estaba embarazada de siete meses con su segunda hija y Annie Leibovitz la retrató enjoyada y desnuda.
Sigue siendo uno de sus logros de los que más se enorgullece. Escribió en sus memorias: “Ayudar a las mujeres a amarse a sí mismas y a sus formas naturales es una cosa extraordinaria y gratificante de haber logrado, particularmente para alguien como yo, que pasó años luchando con su cuerpo”.
Y las imperfecciones, dijo recientemente, son dignas de atención.
“No es que me guste sentir miedo y ser vulnerable, pero sé que es un lugar rico para estar. Y que siempre soy mejor al término de ello”, dijo.