El número es tan grande que hay que leerlo más de una vez: 589.000 millones de dólares. La suma -equivalente a todo lo que produce Colombia en un lapso de 19 meses- fue lo que el lunes pasado cayó en valoración Nvidia, la compañía con mayor capitalización de mercado en cualquier bolsa del mundo.
Y es que una noticia proveniente del otro lado del Pacífico hizo que la acción de la empresa, que se dedica a la fabricación de microprocesadores, tuviera una descolgada de 17 por ciento en una sola jornada. No fue la única. Las pérdidas en papel incurridas por los títulos de decenas de compañías de diferentes sectores ascendieron a cerca de un billón de dólares (one trillion, en inglés) durante la misma sesión, algo jamás visto.
Semejante terremoto fue causado por la que hasta el momento era una firma relativamente desconocida, con sede en China. Se trata de DeepSeek un emprendimiento financiado enteramente por Liang Wenfeng. Este es un ingeniero de 40 años nacido en una pequeña población ubicada al sur de la nación asiática, el cual hizo fortuna con un fondo de inversión que usa algoritmos para refinar la estrategia de compra y venta de papeles.
La compañía en cuestión fue creada para construir sistemas de inteligencia artificial similares a los creados por OpenAI, Google o Microsoft. Como es sabido, estos consisten en enormes modelos de lenguaje que recopilan y procesan datos que son utilizados para entrenar programas de computador que de manera continua ajustan sus parámetros, con lo cual se minimizan los errores y aumenta la precisión a la hora de construir un texto, emitir un diagnóstico o interpretar indicadores.
Dado que esa labor es acumulativa, la calidad de los resultados tiende a mejorar. Y en la medida en que se incorporen más datos, los aciertos son mucho mayores. A cambio, el método implica millones de operaciones que demandan un enorme poder de cómputo y un gran consumo de energía.
Otro paradigma
Por lo menos eso era lo que se creía hasta esta semana. Pero la gracia de DeepSeek es la de haber construido algo muy similar en sus conclusiones a los que muestran los referentes del segmento, por una fracción de la suma que los gigantes estadounidenses de la tecnología se gastaron. El uso de hasta ocho veces menos chips que acaban haciendo lo mismo, rebaja de paso el uso de electricidad.
Y es que los chinos encontraron maneras más eficientes de distribuir las tareas y exprimir al máximo el potencial de cada microcomponente, a pesar de las restricciones establecidas por Washington tanto en número de microprocesadores como en acceso a lo más reciente. Todo ello fue explicado en un documento técnico muy detallado que fue dado a conocer por la empresa que devolvió el favor, tras hacer uso de sistemas abiertos sobre los cuales pudo edificar.
Así, la visión que predominaba hasta hace unos pocos días, según la cual solo aquellos con una enorme chequera y experiencia tecnológica podían seguir en esta carrera, ha quedado revaluada, al menos parcialmente. De un día para otro quedaron en duda los billonarios parques de servidores que se habían planteado, junto con todo el soporte que necesitaban.
Ello explica el desplome de Nvidia, aunque a decir verdad su acción todavía se cotiza al doble de un año atrás. También permite entender el traspiés que sufrieron otros proveedores de insumos electrónicos, junto con las firmas dedicadas a construir infraestructura energética o abastecer de elementos como el cobre a este segmento, entre otros.
Más trascendental todavía es la implicación hacia el futuro. Para comenzar, las barreras de entrada que antes parecían impasables son mucho más pequeñas ahora. Eso quiere decir que la carrera por un sistema de inteligencia artificial que realmente sea equiparable a lo que hace el cerebro humano puede acelerarse y en esta participarían firmas de distintos tamaños y nacionalidades.
Además, el mensaje subyacente es que en este asunto todavía queda espacio para ganar en eficiencia. Sin entrar en honduras técnicas, en la presente oportunidad lo que se logró es, con el uso de modelos más pequeños, reducir el tiempo de mover datos de un lado al otro, con resultados que incluso llegaron a superar en algunos casos los de nombres tan consolidados como ChatGPT.
El ajedrez en juego
Sin embargo, dentro de los elementos destacables de lo ocurrido está el elemento geopolítico. Es conocido que, desde mediados de la década pasada, cuando los resquemores entre Washington y Pekín empezaron a ser más frecuentes, lo que había era una clara rivalidad por la preponderancia económica y tecnológica.
De tal manera, si en la época de la guerra fría lo que importaba era el poderío militar que derivó en la carrera nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética de entonces, el juego de ahora es distinto. Lo anterior no quiere decir que la carrera armamentista se haya detenido o que cada bando ya no trata de sumar aliados en un mundo multipolar y no bipolar. El mensaje de fondo es que ahora hay muchas más formas de ejercer influencia y esta de la tecnología es fundamental.
En ese sentido, China acaba de volver a demostrar que está a la par de occidente en materia de avances. Si llega a ser el caso, tiene cómo definir su propio camino, sin necesidad de la validación de Europa o Norteamérica, porque sus productos son de calidad comparable o superior a los de países que son mucho más ricos.
Así ya pasa en múltiples renglones, de los cuales vale la pena destacar un par. En lo que atañe a los vehículos eléctricos, la nación comunista es, de lejos, la líder en el segmento al ser la fabricante de menores costos y mayor penetración en cuanto a participación de mercado. También en el caso de los paneles solares hay una clara dominación que se nota en precios más bajos y avances que han desembocado en que esta fuente de generación compita o incluso sea más barata que otras alternativas más tradicionales.
Puede ser que este punto parezca menor, pero no sucede así con Liang Wenfeng. En las pocas ocasiones en las que habla, el ingeniero muestra su orgullo porque el talento con el que cuenta es autóctono. Tan es así, que ni siquiera contrata especialistas o programadores que hayan estudiado en otros lugares. Quizás por ello, el régimen de Xi Jin Ping lo trata con una deferencia que no se ve con otros empresarios del ramo.
Sea como sea, la otra cara de la moneda la representa Donald Trump, cuya visión a este respecto se vio alterada en cuestión de días. Dentro de la lógica original del mandatario, lo que procedía era consolidar la dominación de los grandes conglomerados de la tecnología que a través de inversiones multimillonarias se iban a asegurar de mantener su liderazgo.
Dicha dominación, más las medidas proteccionistas en el plano comercial y el uso de la táctica de la zanahoria y el garrote en las relaciones internacionales, reafirmarían el liderazgo del país del Tío Sam. Si antes los avances industriales habían hecho la diferencia, ahora los servicios permitirían hacer realidad el lema de “América primero”.
No obstante, lo que unos días atrás parecía tan sencillo, ahora no lo es. Sobre el papel, compañías como OpenAI, Google, Microsoft o Meta siguen con sus planes de desarrollo de infraestructura. Pero es muy posible que al interior de las juntas directivas se levanten voces respecto a la procedencia de hacer gastos enormes, cuando otros pueden conseguir resultados similares usando una décima parte del dinero.
Hecha la advertencia, sería un error menospreciar a los estadounidenses. No falta por estos días quien haga el paralelo de la carrera espacial, que comenzó en forma en la segunda mitad del año pasado. Y es que en un momento inicial fueron los soviéticos los que sorprendieron a la opinión global al lograr que el Sputnik 1 orbitara la Tierra en octubre de 1957. Una docena de años más tarde, la llegada del hombre a la luna, con un astronauta que en su traje tenía la bandera de barras y estrellas, definió el ganador.
No hay duda de que la emulación entre las superpotencias de la época acortó los plazos y condujo a que aquello que parecía imposible, al final, pudiera lograrse. Falta ver si esta vez acaba pasando lo mismo y los tiempos para el desarrollo de la inteligencia artificial acaban reduciéndose.
Tal vez esa percepción ayuda a entender por qué a finales de la semana pasada se habían revertido parte de las pérdidas bursátiles del lunes. Puede ser que una marca determinada ya no requiera de tantos chips como antes, pero ahora entrarán más jugadores al partido que harán pedidos a fabricantes como Nvidia.
Es factible, también, que el arribo de la inteligencia artificial general -que imitaría las habilidades cognitivas del cerebro humano- acabe acortándose. Si eso pasa, las preocupaciones y especulaciones serán de otra índole, en la medida en que cada vez más labores que hoy desempeñan las personas de carne y hueso acaben siendo desempeñadas por las máquinas.
Durante el reciente Foro Económico de Davos, el presidente de la compañía Salesforce, Marc Benioff, sostuvo que la de ahora será la última generación en la cual la administración de una empresa tendrá que preocuparse por manejar gente, pues también deberá gerenciar individuos digitales. Tales visiones futuristas pueden sonar estrambóticas para la mayoría de la opinión, pero no para quienes le toman el pulso a avances que parecían impensables hasta hace poco y que ahora son más factibles debido a sorpresas como la que trajo DeepSeek.
Contra lo que se podría creer, en esto el público no tiene mayores prevenciones, así salieran las advertencias de que su advenimiento consiste en una especie de conspiración de la dirigencia comunista china para espiar a quien utilice la nueva herramienta. Apenas se supo la noticia, la aplicación se convirtió en la más descargada de la tienda de Apple, con lo cual se comprueba que en esto de la inteligencia artificial y más allá de lo conseguido hasta ahora, la historia apenas se está comenzando a escribir.
Ricardo Ávila Pinto
Especial para EL TIEMPO
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