Hace un año, usted destacó una falla fundamental en los enfoques predominantes para la resolución de conflictos: en algunos casos, como el conflicto israelí-palestino, las dos partes “habitan mundos sensoriales distintos e infranqueables”, lo que hace que la búsqueda de algo más que una “paz fría” sea prácticamente inútil. ¿Hasta qué punto es aplicable esta idea a casos de extrema polarización política interna, como en Estados Unidos, donde los partidarios y detractores de Donald Trump parecen no solo percibir la realidad de manera diferente, sino percibir realidades diferentes?
Es una dinámica muy similar. Al igual que los palestinos y los israelíes, los demócratas y los republicanos partidarios del movimiento Make America Great Again (Maga) de Trump consumen medios de comunicación distintos –desde noticias hasta entretenimiento– y perciben tanto sus experiencias como la información que reciben a través de lentes diferentes. También tienden a vivir en comunidades muy homogéneas de personas con ideas afines, que comparten sus hábitos y refuerzan sus visiones del mundo. Mi análisis de la división entre israelíes y palestinos se basó en el libro Un mundo inmenso: cómo los sentidos animales revelan los reinos ocultos que nos rodean, del escritor científico Ed Yong, ganador del premio Pulitzer. Su argumento, que creo que se aplica absolutamente a las divisiones internas de Estados Unidos, es que nuestra experiencia vital está determinada en gran medida por los sensores con los que percibimos el mundo que nos rodea. Por ejemplo, como los humanos podemos ver muchos colores, pero tenemos un sentido del olfato bastante débil, el mundo que percibimos es completamente diferente al de, por ejemplo, los perros, que solo pueden ver en dos colores pero tienen una capacidad para el olfato que es inimaginable para nosotros. Por lo tanto, incluso si pudiéramos hablar con los perros, encontrar puntos en común, en términos de experiencia vital o percepción de la realidad, presumiblemente sería muy difícil, si no imposible. La mayoría de los seres humanos –palestinos e israelíes, demócratas y republicanos– tienen básicamente los mismos sensores físicos. Pero si la información que se transmite a esos sensores es lo suficientemente diferente durante un tiempo prudente, tal vez puede conducir al mismo resultado: no a una negativa a ver lo que el otro ve, sino a una incapacidad literal de hacerlo. Esto exigiría una estrategia diferente para superar las divisiones o encontrar la unidad.
Tanto en 2014 como en 2023, usted hizo hincapié en el papel que Europa –que “superó dos milenios de guerras desencadenadas por profundas divisiones étnicas, religiosas, políticas y culturales”– debe desempeñar en la definición del resultado de la guerra de Ucrania y en la ayuda a la reconstrucción del país tras el conflicto. ¿Qué deberían hacer los líderes europeos para promover la paz y apoyar a Ucrania hoy, y para sentar las bases de la recuperación a largo plazo de ese país?
Es sorprendente que en lugares como la Conferencia de Seguridad de Múnich y el Foro de Seguridad de Aspen, los líderes estadounidenses y los funcionarios de seguridad nacional reconozcan sin reparos que Europa ha hecho más por Ucrania que Estados Unidos. Estados Unidos sigue siendo el mayor proveedor de asistencia militar, pero 21 países europeos ya han firmado acuerdos bilaterales de seguridad con Ucrania y hay más que se están preparando para hacerlo, y en términos de asistencia general (que abarca la ayuda militar, económica y humanitaria), Europa ha tomado la delantera. Esto es apropiado, pero Europa puede hacer aún más. Para empezar, la Unión Europea (UE) debería nombrar a un funcionario que actúe como contraparte del representante especial de Estados Unidos para la recuperación de Ucrania (hoy encabeza de Keith Kellogg). Este funcionario podría coordinar el trabajo de diferentes agencias, organizaciones y funcionarios nacionales y supranacionales, incluida, potencialmente, una red de representantes nacionales centrados en la recuperación de Ucrania. Además, la UE debería empezar a prepararse para una división prolongada pero no permanente de Ucrania, similar a la larga división de Alemania durante la Guerra Fría. La parte “libre” de Ucrania debería integrarse cada vez más a la UE, aunque “Ucrania oriental” siga bajo ocupación rusa.
Usted ha promocionado el potencial de las tecnologías digitales –posiblemente apoyadas por la inteligencia artificial (IA)– para facilitar la prestación de servicios cruciales en todas partes, desde Estados Unidos hasta Ucrania. La “prueba definitiva”, escribió en 2022, llega cuando los gobiernos “enfrentan desafíos sostenidos para alimentar, emplear y proteger a su gente”. ¿Cómo podemos garantizar que las tecnologías digitales pasen esa prueba y al mismo tiempo defiendan los valores democráticos?
La idea de una “IA democrática” es fascinante y oportuna. No toda la IA es igual. Existen, por ejemplo, grandes modelos lingüísticos como ChatGPT, modelos “estrechos” creados para realizar tareas específicas en campos que van desde la medicina hasta el transporte y la educación, y la “inteligencia artificial general”, que, aunque todavía está en desarrollo, pretende rivalizar –y superar– a la inteligencia humana. A medida que el público comprende más sobre los diferentes tipos de IA, se hace cada vez más evidente la importancia de programar mecanismos de seguridad en la tecnología. Una posibilidad sería exigir que la IA incluya una “constitución” incorporada, como lo está demostrando la empresa Anthropic. La idea es incorporar ciertos valores predeterminados en los modelos de IA, en lugar de permitir que su “pensamiento” esté totalmente determinado por el contenido en el que se los entrena o por la retroalimentación que reciben de los usuarios. ¿Podrían las constituciones de IA abarcar valores democráticos, como los controles y contrapesos, la privacidad y la transparencia, el imperativo de maximizar el bien común, el derecho de las personas afectadas por una decisión particular a tener voz y voto en ella y la rotación regular del poder? ¿Podría esa “IA democrática”, dondequiera que se desarrolle, ofrecer un contrapeso a la “IA autocrática”, que está diseñada para servir a los intereses de gobiernos específicos? Sí, parte de la prueba de una IA democrática será si logra satisfacer necesidades reales de las personas, como la alimentación, la seguridad y la búsqueda de un propósito. Pero, como sucede con cualquier sistema o institución democrática, parte de la prueba será qué restricciones del poder se le han incorporado.
En un debate sobre género y trabajo en la era de la IA, usted celebró el progreso que se ha logrado en el cierre de la brecha salarial de género, aunque lamentó que la brecha no solo siga siendo grande, sino que el progreso se haya estancado. ¿Qué lecciones se pueden extraer de los avances del pasado y cómo podría afectar el auge de la IA los esfuerzos por lograr la paridad de género en el lugar de trabajo?
Lo más importante que podemos hacer hoy y en las próximas décadas es garantizar que las mujeres, y los cuidadores en general, estén plenamente representados en todas nuestras estructuras de poder. Me refiero a jefes de Estado, legisladores y alcaldes, así como a directores generales, jefes de organizaciones sin ánimo de lucro y líderes cívicos de todo tipo. Al mismo tiempo, los gobiernos deben construir la “infraestructura del cuidado”, que es tan esencial para el florecimiento de las economías como las carreteras, los puentes y los puertos. Y los directivos de todo tipo de lugares de trabajo deben reconocer que es probable que todos los trabajadores sean cuidadores en algún momento, y que la prestación de cuidados no debe obstaculizar su desarrollo profesional, aunque tengan que retirarse o permanecer en su puesto durante ciertos periodos de tiempo. La IA podría ayudar, aumentando la productividad hasta el punto de que podamos pasar a una semana laboral de cuatro días o una jornada laboral de seis horas (¡o ambas!), garantizando que la gran mayoría de los trabajos puedan realizarse al menos en parte desde casa.
Ante la situación política que vive Estados Unidos, ¿qué enfoque necesita el país para preservar las instituciones y garantizar la democracia?
Estados Unidos sufre graves déficits de confianza, tanto entre los ciudadanos y sus gobiernos (locales, estatales y federales) como entre bloques de votantes. Además, demasiados estadounidenses no se sienten representados por ninguno de los dos partidos principales y no ven ninguna alternativa, porque los partidos más pequeños no tienen ninguna posibilidad de ganar el poder dentro del sistema actual. En vista de ello, lo más importante que podemos hacer para fortalecer nuestra democracia es reformar nuestros sistemas electorales, de modo que más de dos partidos o candidatos compitan por puestos de liderazgo dentro de un sistema de representación proporcional. Esto permitiría a los diferentes grupos de la sociedad elegir a los líderes que consideren que los representan genuinamente y reforzaría la capacidad del público para exigir responsabilidades a los líderes elegidos, dos valores democráticos fundamentales. Igualmente, es importante encontrar formas para que los estadounidenses “rojos” y “azules” encuentren cosas en las que puedan estar de acuerdo, sin importar lo pequeñas que sean. Solo entonces podremos volver a empezar a vernos unos a otros como seres humanos y como estadounidenses. Estos esfuerzos deben comenzar a nivel local.
Slaughter fue directora de Planificación de Políticas en el Departamento de Estado de EE. UU. Foto:New America
Como usted ha dicho, la organización que usted dirige, New America, trabaja con “grandes ideas”. ¿En qué consiste ese trabajo y con cuáles de las grandes ideas actuales está particularmente interesado en trabajar?
New America combina grandes ideas sobre cómo transformar los sistemas político, educativo, económico y social de Estados Unidos con esfuerzos concretos para lograr cambios en la realidad. Las grandes ideas surgen del reconocimiento de que Estados Unidos está cambiando drásticamente en términos de su demografía, tecnología y posición en el mundo, y enfrenta amenazas que no pueden mitigarse ni mediante el aislacionismo ni el intervencionismo. ¿Qué exige esto? Debemos construir sistemas electorales que apoyen una democracia multiétnica y multirracial genuinamente representativa. Debemos reformar nuestros sistemas educativos, desde el nacimiento hasta la jubilación, para que sean de alta calidad, accesibles y asequibles. Debemos poner a las familias, no solo a los trabajadores individuales, en el centro de nuestras políticas económicas y sociales. Debemos asegurarnos de que la tecnología apoye los valores democráticos, en lugar de socavarlos. Y debemos diseñar e implementar una política exterior que promueva no solo el poder y la seguridad nacionales, sino también la supervivencia y la prosperidad de todos los seres humanos en un planeta saludable.
ANNE-MARIE SLAUGHTER (*)
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(*) Exdirectora de Planificación de Políticas en el Departamento de Estado de EE. UU., es directora ejecutiva del grupo de expertos New America, profesora emérita de Política y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y autora de ‘Renewal: From Crisis to Transformation in Our Lives, Work, and Politics’ (Princeton University Press, 2021). Esta entrevista fue realizada antes de la incertidumbre que vive Kiev y Europa por la disposición de Trump de negociar con Putin una tregua para Ucrania.