De sobreviviente del conflicto armado a comandante de la Policía

hace 1 semana 28

En El Carmen de Bolívar, uno de los municipios de los Montes de María más golpeados por el conflicto armado, las cicatrices de la guerra no solo se ven en quienes la vivieron, sino también en la tierra que la soportó. Liliana Medrano Suárez creció en ese paisaje de montañas y sueños truncados, hasta que, a comienzos del 2000, la violencia tocó la puerta de su casa. Su familia fue una más entre las miles que lo perdieron todo. Tuvieron que huir.

El éxodo forzado los llevó a dejar atrás su hogar, sus raíces, el lugar donde Liliana había aprendido a correr descalza y a saludar a todos por su nombre.

El destino fue Barranquilla, una ciudad ajena y ruidosa donde en cada esquina parecía que hablaran un dialecto distinto al de su infancia. Para ella, entonces una niña, adaptarse no fue fácil, pero fue ahí donde empezó a forjarse la fuerza que la llevaría años después a hacer historia en el país.

Su padre murió luego del desplazamiento, víctima indirecta de la violencia que los sacó de su casa. Ella, siendo la mayor de tres hermanos, decidió tomar las riendas de su hogar. “Quise ser policía porque quería ayudar, porque ya sabía lo que era perderlo todo”, cuenta. 

Desde hace 19 años, Liliana Medrano comienza sus días con el uniforme verde y el compromiso intacto de servir a su país. Hoy, su rutina transcurre en Ovejas, Sucre, un municipio que despierta bajo la brisa fresca que barre la tierra y el silencio de las calles.

Desde octubre de 2024, Liliana hace historia como la primera mujer comandante de la estación de Policía en los Montes de María, una región profundamente marcada por las heridas del conflicto armado. Su presencia al mando no solo encarna la autoridad, también se ha convertido en un símbolo de transformación en una población que, durante años, vio la figura del poder exclusivamente en un hombre.

Su liderazgo ha sido vital en un cambio notable: en lo que va del 2025, Ovejas no ha registrado un solo homicidio. Un logro significativo si se tiene en cuenta que en 2024 hubo tres y en 2023, ocho en el mismo periodo; algo que refleja el esfuerzo de las autoridades y la comunidad que se niegan a repetir la historia de violencia que por años los golpeó.

Comandante mujer.

Liliana Medrano Suárez Foto:Suministradas

Una región de violencia masculina

Los departamentos del Atlántico, Bolívar, Cundinamarca y Sucre han sido testigos de su compromiso con la seguridad y la cercanía a la población. “Mi labor es estar en la calle, conocer las problemáticas y trabajar con la comunidad. Eso me ha llevado a ser hoy la comandante de estación en Ovejas”, afirma con orgullo.

Ser la primera mujer en este cargo es un mensaje para todas las mujeres del municipio. “Siempre habían sido hombres los que ocupaban este puesto. Que hoy lo haga una mujer es la prueba de que nada nos queda imposible. Si yo, que vengo de un pueblo pequeño, me enfrenté a situaciones desafiantes y aún así elegí el camino correcto, cualquiera puede hacerlo”, dice.

“La violencia se sintió con fuerza entre 1998 y 2004. Fueron años de desplazamientos masivos, cuando la guerrilla obligó a muchas familias a abandonar el pueblo”. Ovejas, una tierra que siempre ha vivido del trabajo en el campo, durante aquellos años oscuros, quedó con sus parcelas vacías.

Por ende, su responsabilidad es velar por la seguridad de la comunidad, prevenir el delito, garantizar que se cumplan los lineamientos de la Policía Nacional y estar disponible para responder a cualquier emergencia las 24 horas del día. “Queremos que las personas sientan confianza, que sepan que pueden caminar tranquilas y que su municipio ya no es el mismo de antes”, afirma con convicción.

Su presencia al mando busca reconstruir la relación entre la ciudadanía y la autoridad en un lugar que aprendió a desconfiar del poder.

La carga emocional del uniforme

“El verde oliva, para mí, representa la sangre, y ver morir a un compañero es lo más difícil que nos puede pasar como policías”, dice la intendente Liliana. Hace dos o tres años, vivió uno de los episodios más dolorosos de su carrera. Fue en medio del llamado ‘plan pistola’, una estrategia criminal empleada por grupos armados ilegales para atacar y asesinar a miembros de la Fuerza Pública.

Aquella noche, un grupo de compañeros solicitó apoyo urgente. Sin dudarlo, ella y su equipo se movilizaron a la ubicación en El Carmen, pero al llegar solo encontraron devastación. Habían caído en una emboscada. En el suelo yacía uno de los suyos, sin vida.

El horror no terminó ahí. Poco después, otro golpe sacudió a la unidad. Otro de sus compañeros, que se encontraba fuera de servicio descansando en su hogar, también fue asesinado. La violencia del ‘plan pistola’ no distinguía entre quienes estaban en patrulla y quienes buscaban un respiro en la intimidad de sus casas.

Para Medrano, aquellos momentos fueron una prueba de resistencia emocional y física. Después de la tragedia, cuando el deber inmediato había concluido, llegó el mayor desafío: estar con las familias de sus colegas caídos.

Veinticinco años de servicio se sienten como cincuenta. Nuestro deber es proteger la vida de los ciudadanos, incluso si eso significa entregar la nuestra”

Liliana Medrano
comandante Policía Ovejas, Sucre

Se puso en su lugar, imaginando que la tragedia bien podría haber sido la suya. Porque en la Policía, “la muerte de un compañero no es solo una estadística, es un recordatorio de que, en cualquier momento, podría ser uno mismo”.

Acercamiento a las víctimas

La dinámica de su labor diaria y la relación de la Policía con las comunidades rurales ha sido un proceso complejo. Señala que, aunque la institución visita y atiende a la población constantemente, hay limitaciones debido a la extensión del territorio que cubre y la dificultad de acceso a los corregimientos.

“Yo tengo casi 13 veredas y 13 corregimientos. Nos apoyamos mutuamente, pero al ser zona rural, también le corresponde a la Armada hacer presencia allí. Hacemos un trabajo conjunto”, comentó.

Esta zona vio cómo la guerrilla de las Farc, bajo el mando de ‘Martín Caballero’, y los paramilitares de ‘Juancho Dique’ y ‘Cadena’ arrasaron poblaciones enteras, masacrando y desplazando a miles de pobladores y sembrando la violencia sexual como arma de guerra.

Por eso, hoy, la relación tensa entre la Policía y algunas comunidades, particularmente en zonas donde estos grupos hicieron presencia, es una realidad. Hay un doloroso antecedente de la participación de algunos integrantes de la Fuerza Pública en las acciones contra la población civil, y si bien es cierto que es un tema del pasado, aún hay heridas.

“Las personas que presenciaron las masacres, como la de Chengue, quedaron marcadas de por vida. En ese corregimiento, donde ahora hay una placa en el lugar donde ocurrieron los asesinatos, fue justo donde obligaban a las personas a presenciar los crímenes de sus seres queridos”, reflexionó.

Medrano destacó la importancia de acercarse a la gente con sensibilidad y respeto. “No podemos revictimizarlos. Tratar con personas que han sufrido tanto es complejo”, agrega.

Por ese motivo, el pasado 29 de marzo, caminó al lado de las sobrevivientes de violencia sexual los 12,7 kilómetros que unen a Ovejas con el corregimiento de Flor del Monte, en el retorno simbólico liderado por la campaña No Es Hora De Callar. 

Los costos de liderar la seguridad

En la vida de un comandante de estación, el tiempo no transcurre como para los demás. No hay horarios fijos ni pausas garantizadas que incluyan el almuerzo u horas de sueño necesarias, trabajan 24 horas al día.

Liliana Medrano habla con la certeza de quien ha aprendido a medir los días no por las manecillas del reloj, sino por la cantidad de emergencias que enfrenta, las decisiones rápidas que toma y las noches sin descanso.

Pero, más allá del cansancio y las largas horas de trabajo, hay un miedo que nunca desaparece: el de no regresar a casa.

La comandante es el testimonio de que la violencia no tiene la última palabra. Su historia es la de una niña que vio su hogar arrebatado por el conflicto, pero que decidió reconstruirse desde el servicio. Ahora, como la primera mujer en la historia en comandar la estación de Policía de Ovejas y de los Montes de María, lidera un cambio en el que la seguridad y la paz son más que una esperanza: son una realidad tangible, una promesa cumplida.

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