Daniel Rojas, ministro de Educación: "Cuando salí de la Nacional, mi mamá dijo: 'el único hijo que tuve no sirvió para nada'"

hace 1 mes 69

El ministro de Educación es uno de los personajes más radicales del gobierno del presidente Petro. Sus groserías en redes sociales fueron un tema de debate constante luego de su nombramiento. Fue grafitero y taxista. Su vida académica no fue brillante, pero se graduó en economía en la Universidad Santo Tomás y fue estudiante de ingeniería mecánica de la Universidad Nacional. En su oficina tiene cuadros de Marx, Diomedes Díaz, Salvador Allende y Gabo. Su abuelo era tan liberal que en su casa tenía cortinas rojas, y el azul de Millonarios, equipo del alma de Daniel, era una extraña afrenta familiar. Esta es la historia del ministro que no quiere dejar de vivir en el barrio Galán. Esta es su entrevista en Revista BOCAS.

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Son las 6 de la tarde de un lunes cualquiera de septiembre y José Daniel Rojas Medellín (Bogotá, 1987) está en la tienda de don Román, en el barrio Galán, localidad de Puente Aranda, con una empanada de papa y carne en la mano. Allí, mientras hace una crítica a la regla fiscal y a la vez cuenta cómo es la vida en las calles donde creció, y vive, es saludado por quienes ingresan al local. Unos le dicen Daniel, otros le dicen don Daniel, pero también hay quienes le dicen ministro. Rojas, desde el pasado 24 de julio, es el ministro de Educación del gobierno del presidente Gustavo Petro, después de presidir durante casi dos años la Sociedad de Activos Especiales (SAE).

Una vez terminó la empanada se fue rumbo al centro de Bogotá para asistir al consejo de ministros en la Casa de Nariño, donde es una de las caras más jóvenes y una de las voces más respetadas; dicen que es uno de los hombres de mayor confianza del jefe de Estado y fue su coordinador de empalme con la anterior administración. En los círculos políticos se comenta que es una de las personas que le hablan al oído al presidente; él –por su lado– asegura que le habla con franqueza y que no se queda con nada.

Su nombramiento desató una fuerte ola de críticas por su historial de publicaciones en redes sociales: toda una batería de tuits llenos de groserías desafiantes –se llegó a comentar que era el ‘ministro de la mala educación’–. En su vida personal pasó por todos los malos ratos por los que puede pasar un estudiante. Perdió un año y lo echaron de un colegio de curas y no encontró cupo en una institución pública. Entró a la Universidad Nacional a la carrera equivocada y terminó estudiando en una privada con un préstamo del Icetex, que terminó de pagar hace poco.

 el barrio Galán.

El ministro de educación todavía vive en el lugar donde creció y se crio: el barrio Galán.

Foto:Alejandra Quintero / Revista BOCAS

Rojas, economista de la Universidad Santo Tomás e hincha de Millonarios por influencia de un tío y de un primo (a pesar de que su abuelo era liberal y no permitía nada de color azul), creció jugando fútbol en el barrio y escuchando vallenatos de la mano de su abuela, por quien se volvió ‘diomedista’.

Trabaja con el presidente Petro desde hace más de 10 años –antes del triunfo en la Alcaldía distrital–, pero no se considera petrista. Dice, más bien, que es diomedista hasta el fin de los tiempos –el pocillo donde toma tinto en el Ministerio tiene la cara del ‘Cacique de La Junta’–, allendista y garciamarquiano. De los tres tiene cuadros en su oficina, y un cuarto cuadro con la cara de Karl Marx.

Todavía no piensa mucho en el futuro. Descarta ir al Senado en el 2026. Afirma que está mejor detrás de los candidatos y que, por lo pronto, está concentrado en su trabajo como ministro.

¿Qué tan cierto es que usted le habla al oído al presidente? ¿O es puro chisme de pasillo?

(Risas) Petro no es un tipo que viva rodeado de mucha gente y no todos sus colaboradores le hablan al oído. Tengo una conversación normal con el presidente. Cuando siento que tengo que decirle algo que es importante para el Gobierno se lo digo sin filtro; con respeto, pero sin filtro. No me guardo nada, incluso cuando son temas que superan la cartera de Educación. En temas económicos hablo mucho con él. Por alguna extraña razón él me invita a los consejos económicos, cuando jamás un presidente de la SAE se había sentado ahí. Nos entendemos muy bien en los temas económicos, aun cuando yo siempre soy muy crítico. Pero hasta ahí llega nuestra conversación. En asuntos personales o de carácter muy estratégico, no soy la persona que le habla al oído.

La entrevista con el ministro Andrés Rojas está en la nueva edición de Revista BOCAS.

La entrevista con el ministro Andrés Rojas está en la nueva edición de Revista BOCAS.

Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

Cuando se inició el gobierno usted fue nombrado director de la SAE, pero usted no quería, ¿por qué?

Hermano, porque yo en la campaña me interesé mucho, y Petro así lo vio, por definir las líneas estratégicas de lo que podía ser nuestro programa de gobierno. El tránsito lógico al ganar era que yo hubiera acompañado al Gobierno en plasmar eso en un plan de desarrollo. Por eso me interesé mucho para que, en el empalme, del que fui coordinador, Planeación Nacional tuviera ese direccionamiento, tal como me lo pidió el presidente. Cuando empiezan las definiciones, Petro me dijo que necesitaba a alguien de mucha confianza en la SAE porque la entidad iba a jugar un rol fundamental en la reforma agraria. Le dije que le tenía a una persona de mucha confianza, pero no. Dijo que él no aceptaba recomendaciones y que necesitaba que fuera yo. Le dije que no, que no me hiciera eso. Mi primera reacción fue decirle que no aceptaba. Pero él me dijo que si no era ahí, no era en ningún lado.

¿Cómo terminó aceptando?

Me fui a dialogarlo con mis amigos, a meditarlo. Y Sebastián Caballero, como ese sí es abogado, me dijo que de una, que le dijera que sí. Tomamos la decisión colectiva de decirle que, si era la instrucción de él, la acatábamos. 

“Mi abuelo era liberal, pero de trapo rojo. Fanático. Era gaitanista, tenía los discursos de Galán en casetes. No admitía que en la casa hubiera nada azul", dice el ministro.

“Mi abuelo era liberal, pero de trapo rojo. Fanático. Era gaitanista, tenía los discursos de Galán en casetes. No admitía que en la casa hubiera nada azul", dice el ministro.

Foto:Alejandra Quintero / Revista BOCAS

Usted estaba de vacaciones hace tres meses y lo llamó Laura Sarabia, la directora del Dapre, a ofrecerle el Ministerio de Educación. ¿Cómo fue ese capítulo?

Cuando recibí esa llamada le dije que me dejaran pensarlo un momento, porque me cogió de sorpresa. Estaba con amigos, les conté y se tomó la decisión de aceptar. Cuando el presidente da una instrucción, y uno es militante, se tiene que acatar. Interrumpimos vacaciones y nos devolvimos para Bogotá.

Hubo muchas críticas por su llegada, entre otras por la manera como se expresa en redes sociales, que no es el ministro de Educación, sino el de ‘la mala educación’...

Eso no me preocupa mucho. Encontraron un montón de trinos con groserías que en algún momento de mi vida dije indignado, pero cuando les hablaba a los dos seguidores que tenía en redes sociales. Además, algunas son críticas de gente que nos va a criticar por todo, como Sergio Fajardo. A él nada le va a gustar y su papel es criticar todo lo que hagamos nosotros, sea bueno o malo. Pero hay otras que me las tomo más en serio, que son más estructuradas, que tienen que ver con el modelo educativo del país, con el sector, que son preocupaciones genuinas. Me ponen a estudiar.

Sigue viviendo en la misma cuadra donde creció, en el barrio Galán, de Bogotá, ¿por qué?

Tengo un arraigo genuino con el barrio por la crianza de mis padres y de mi abuela. Ella jugó un rol muy importante en mi vida de niño –murió cuando tenía 15 años–. Me marcó. Pero también los vecinos. Crecí en un barrio popular en el que la cohesión de la cuadra, de la comunidad, siempre estuvo muy presente. Esa vida comunitaria es algo que no quisiera dejar nunca.

Gracias a su abuela usted comenzó a escuchar vallenato y hasta terminó siendo diomedista. ¿Cómo fue eso?

Mi abuela era de La Guajira. Muy joven migró con mi abuelo al interior y se establecieron en el Galán. Pero mi abuela nunca se desarraigó de sus costumbres guajiras. En la casa tuvieron un tocadiscos con unos bafles inmensos antes que nevera. A mi abuela le encantaba el vallenato y era fanática de Alejandro Durán. Ella no desaprovechaba la oportunidad de ir a La Guajira para traerse la música que estaba sonando, pero que no llegaba a Bogotá. Entonces, cuando ya tuvimos equipo de sonido, traía los CD, y como no lo sabía manejar me decía: “Este es el último que sacó Diomedes. Mijo, póngalo y escuchémoslo”. Yo lo ponía y me decía: “Súbale, súbale más”. Adquirimos fama de vecinos bullosos.

¿En la casa se hablaba de política?

Medianamente. Mi abuelo era liberal, pero de trapo rojo. Fanático. Era gaitanista, tenía los discursos de Galán en casetes. No admitía que en la casa hubiera nada azul. Las cortinas del cuarto de mis abuelos eran rojas. Pero mi abuelo llegó a una edad en la que dejó de discutir de política, porque peleaba. De hecho, llegó a Bogotá con mi abuela porque los conservadores lo iban a matar.

¿Cómo le fue al ministro de Educación en el colegio?

Fue complicado. Hice la primaria en el colegio de la ETB. Ahí, creo, empecé a tener un especial cariño y afecto por lo público. El colegio era una conquista del sindicato de trabajadores. Como estudiante, muy pequeño, empecé a tener esa concepción de defensa de mi colegio, de defender mi colegio. Conocí el sindicato y me integré a las marchas por la defensa de la empresa y el colegio. 

El ministro admite que, particularmente, nunca fue un buen estudiante.

El ministro admite que, particularmente, nunca fue un buen estudiante.

Foto:Alejandra Quintero / Revista BOCAS

¿Y el bachillerato?

El colegio solo ofertaba hasta quinto, entonces al pasar a bachillerato mis papás tenían que buscar colegio. Había un cura en la familia materna, el cura Medellín, que había sido rector de un Salesiano. Él me consiguió un cupo en el Salesiano de Mosquera, pero ese cambio fue terrible para mí. Hice de sexto a octavo. Y, ya que estamos siendo sinceros, me echaron de ese colegio. Me hice echar, más bien. No me adapté nunca. Ya no tenía cupo y tenía que repetir octavo, pero mis papás no tenían la posibilidad económica de pasarme a otro privado, buscamos uno público, pero no encontramos cupo. La única posibilidad fue un colegio privado de barrio, donde vivía un tío mío. Era algo transitorio para terminar octavo mientras encontrábamos el cupo en el público. Pero ahí me adapté muy bien y me gradué del colegio San Juan de Ávila.

¿Cuál era la materia en la que mejor le iba?

Había un profesor que daba trigonometría, álgebra, cálculo y física. Fadel se llamaba el man. Era joven y congeniaba muy bien con los pelaos y charlábamos muy bien. Y ese man, me acuerdo mucho, me dijo en 11 que estudiara ingeniería, que me podía ir muy bien. Y convenció a mi mamá. Entonces comenzó la convocatoria a la Universidad Nacional y yo me presenté a Ingeniería Mecánica y pasé. Dije “bueno, esto es por acá”.

¿Qué tal la universidad pública?

Ingresé a la Nacional, y hermano… ahí vi una brecha grandísima. El primer taller que nos dejaron era de álgebra lineal y yo decía: “esto es inglés para mí. Esto no lo vi”. Y me dio durísimo. Me creía bueno en matemáticas y ahí me di cuenta de que no era tan bueno. Pero me pareció chévere nivelarme. En lo que sí no pude nunca fue con el dibujo técnico. No, mano, con eso no pude y me aburría. Entonces empecé a dejar de ir a esas clases de dibujo y diseño y me empecé a meter fue a las reuniones del movimiento estudiantil.

¿Fue ese su primer acercamiento con la política como tal?

Sí, pero yo no tenía claridad de la línea ideológica de cada movimiento. Que unos son comunistas, otros de la Juco, otros del Moir... Eso no lo lograba captar. Yo, simplemente, me dejaba seducir. Iba a una y decía: estos manes me gustan. Y hubo otros que pensé que estaban muy locos.

Pero lo de la Nacional no le salió bien y terminó saliendo. ¿Qué sucedió?

Incluso dejé de asistir a clases de dibujo técnico. Pero me sentía muy mal, estaba decepcionando a mis papás. No quería retirarme porque pensaba en la decepción y no sabía qué otra cosa podía estudiar. Pero en ese momento, en las discusiones políticas al interior del movimiento estudiantil empecé a entender que los problemas de la sociedad colombiana se cimentaban en el modelo económico y que en todo tenía que ver la economía. Esos fueron los primeros textos que empecé a leer. La Crítica de la economía política de Marx me marcó y quise estudiar economía. Pero en la Nacional no me dejaron. Y cuando llegué a mi casa y les dije a mis papás que no quería seguir fue un baldado de agua fría para mi mamá. Fue muy duro, tuvo una reacción como: “el único hijo que yo tuve no me sirvió para nada. No quiso estudiar, solo le gusta la parranda y ahora se va a volver es un tirapiedra. El único hijo que yo tuve me salió parrandero y guerrillero. Qué decepción”. Mi papá fue un poco más comprensivo y la única respuesta que me dio fue que me pusiera a trabajar. 

 ‘Súbale, súbale más’", recuerda Rojas.

“Mi abuela volvía con CD de La Guajira y decía: ‘este es el último que sacó Diomedes. Mijo, póngalo y escuchémoslo’. Yo lo ponía y ella me pedía más volumen: ‘Súbale, súbale más’", recuerda Rojas.

Foto:Alejandra Quintero / Revista BOCAS

¿Fue entonces por esa época cuando fue taxista?

Me tocó comenzar a combinar la militancia y a trabajar en todo lo que me saliera. Desde ser taxista hasta ser mesero. Lo que fuera. En el barrio siempre encontré redes de apoyo. En medio de esos cambios de empleo logré tener uno de contratista en una empresa que depuraba datos. Inmediatamente pedí mi crédito en el Icetex para meterme a estudiar Economía. Estudié en la Santo Tomás a punta de Icetex.

¿Sufrió para pagarlo?

Lo pagué hace poco. Hermano, aquí cuando tuve la reunión de empalme, como que se me revolvió todo por dentro. Que entonces que vamos a llegar a más beneficiarios. Y yo les dije: “no son beneficiarios, son deudores”. Aquí ya iniciamos una campaña de condonación y de transformación, pero el Icetex tiene que acabarse en su misión de prestamista, en su misión de banco.

Hay críticas a la entidad porque la gente considera que paga y no se ve reducción de la deuda...

Es una culebra impresionante. Pero, además, yo me retrasé, empecé a retrasarme porque no me alcanzaba. Y la acosadera de los cobradores... Me llamaban de Cisa, me cobraban de ahí. Recibía llamadas a las 5 de la mañana y me decían que si no pagaba le iban a quitar la casa a mi tío, que había sido el deudor solidario. Esa presión sicológica es terrible, es una tortura. A uno lo torturan. Eso lo vamos a acabar. Además, como víctima, sí tengo que hacer lo que más esté a mi alcance para acabarlo, pero no es tan fácil como uno pensaba.

¿Y cómo fue ese paso por la Santo Tomás?

Quería mirar la posibilidad de continuar con ingeniería porque era lo que mi mamá quería, pero no, definitivamente no era por ahí. Lo bueno es que me homologaron todas las matemáticas. Me tocaba trabajar en el día y estudiar en la noche. Y a mi mamá se le pasó la decepción, la frustración cuando me vio más encarrilado. Siempre he tenido el apoyo de ella en todo, es la persona que más se ha preocupado por mí. 

Y por esa época se acerca a un partido político. Usted llegó al Polo Democrático porque admiraba a dos de sus miembros: Gustavo Petro y Jorge Robledo, pero resulta que eran enemigos...

La discusión tiene que centrarse en el modelo económico y no veía eso en el movimiento estudiantil. ¿Dónde está el programa de país que queremos? Entonces, claro, está la reforma a la ley 30, pero el país es mucho más que esto. Y fui a buscarlo en los partidos políticos. Llegué al Polo, que unía a todas las izquierdas. En ese momento los debates más álgidos que el Polo estaba haciendo como oposición eran de Jorge Robledo y Gustavo Petro. Me interesaba mucho la visión de Jorge Robledo y sus críticas a los tratados de libre comercio que se firmaban en ese momento. Y Gustavo Petro, por otro lado, estaba haciendo los debates del paramilitarismo. Yo dije: “estos manes la tienen clara, estos dos manes juntos son dinamita”. Y veía ahí una claridad de país. Y leo el ideario del Polo Democrático y dije: “este es el país que yo quisiera”.

Pero en el Polo se encontró con algo totalmente diferente a lo que esperaba...

Cuando empecé a militar me cogieron los del Moir, que era la gente de Robledo. ‘Que venga, no sé qué, y tomémonos una cerveza y charlemos y mire, está este texto’. Y me dieron el libro de Robledo y me lo devoré. Y yo les hablaba de Petro, que quería conocerlo. Y me decían: “no, este tipo es un traidor, es de derecha, ese tipo se ha sentado con Santos, en el debate le dijo a Uribe que negociara; cómo es que va a negociar con Uribe” Y yo me preguntaba “¿esos manes por qué me hablan mal de Petro?” También estaban los comunistas del Polo, a los que había conocido en la universidad: sabía que eran chéveres, pero no tan divertidos. Pero no veía el combo de Petro. Veía el de Robledo, a los comunistas, veía otros combos que no me gustaban mucho –el de Samuel Moreno–, pero no veía a los de Petro.

¿Y cómo lo encontró?

Me contaron que había un edil en mi localidad que había sido de la oficina de Petro. Era César Moreno. Nos pusimos una cita ahí en la localidad y me contó que estaban impulsando a Guillermo Asprilla. También conocí ese día a Augusto Rodríguez, a quien le decían la mano izquierda de Petro. Fue en una tienda, tomamos café, hablamos de política, de la cuestión interna del Polo, y ese parche sí me gustó. Además, no me hablaron mal de los otros parches. Me contaron su visión de país y tenían claro que querían que Petro fuera presidente. Tenían organizado lo que querían hacer en política con coherencia ideológica. Y con algo que yo buscaba: cambios estructurales en el modelo económico.

Pero se van del Polo con Petro...

Petro tomó la decisión de irnos del Polo. En ese momento lo denominamos Movimiento Progresista. Éramos como 20 personas, hermano, como cinco ediles, un concejal, que era Carlos Vicente de Roux, Guillermo Asprilla, Petro y 10 gatos detrás de ellos, entre los que me encontraba yo.

Petro termina siendo el alcalde y usted trabajó primero en el IDPAC y luego en Integración Social. ¿Cómo fue ese paso por el Distrito?

Guillermo Asprilla se fue para la UAESP bravo. Él no quería, él quería ser el secretario de Gobierno. Petro tiene esa particularidad, como que a su gente más cercana la manda a dar las guerras más duras. No los tiene dentro del Palacio. Ahora como presidente es igual. A la gente más cercana la manda por allá a resolver los chicharrones más berracos. Me acuerdo la reunión que tuvimos cuando estaban en eso y dijo: “Petro me mandó a la basura” (risas). Le encargó cambiar el esquema de basuras, y fíjese que ese cambio de esquema fue lo que hizo a Petro presidente. Era luchar contra unos poderes durísimos.

Usted salía por las noches a hacer grafitis de la Bogotá Humana. ¿Cómo fue eso?

En ese momento la innovación era la máquina tapahuecos que utilizaba una tecnología que permitía tapar rápidamente los huecos en vías secundarias, y funcionaba, pero lo que empezaron a decir fue que no funcionaba, que se estaba botando la plata. Entonces con un combo de amigos –trabajaron en la SAE y ahora en el MinEducación – nos íbamos detrás de la máquina y le poníamos el logo de la Bogotá Humana al hueco tapado para generar la recordación de que ese hueco ya no existía porque la máquina sí funcionaba. Y eso, hermano, los medios de comunicación empezaron... me acuerdo mucho de Darío Arizmendi diciendo que a ese muchacho (yo) deberían darle cárcel, que eso era un delito.

¿Qué tan cierto es que usted es estalinista?

(Risas) No, no, yo nunca fui prosoviético. Siempre he sido reacio a las estructuras duras; las estructuras duras me aburren. Eso es un cuentazo hasta divertido. Un muchacho en redes sociales manifestó su profunda indignación y puso una imagen de Stalin diciendo que esto es lo que necesitaría Colombia, esa mano dura. Entonces uno de estos tecnócratas neoliberales, funcionario del gobierno pasado, dijo: “miren, esto es lo que quieren”. Estaba fustigando al pelao. Yo salí en defensa del pelao diciendo que está manifestando su indignación y eso nada tiene que ver con el ideario político de nuestro movimiento, ni mucho menos. No me acuerdo bien las palabras que utilicé y en redes se creó toda una ola de que yo era estalinista, y todavía lo dicen. No, yo jamás he sido prosoviético.

Pero Marx sí le gusta...

Sí, como científico.

Pero petrista sí es, ¿o no?

Mmm, no, no. Admiro y aprecio mucho a Gustavo Petro. Creo que es un tipo histórico, un revolucionario y un visionario. Tiene un amor genuino por el país. Lo que pasa es que los ismos de pronto crean barreras y eso es peligrosísimo. Soy, más bien, allendista, diomedista y garciamarquiano.

Cuando conoció a Gustavo Petro en una reunión en la oficina de él, ¿pensó que algún día iba a ser presidente?

Mire que sí. Cuando empecé mi militancia política con Gustavo Petro había una convicción en mí y en mis compañeros y compañeras de que este man tenía que ser presidente. Y es una convicción que nunca vi en ningún otro sector de la izquierda. Y en 2018 lo vimos, lo vimos. Incluso, internamente creíamos que esa campaña la habíamos ganado.

¿Qué viene para Daniel Rojas Medellín en el 2026? ¿Va para el Senado?

No, yo soy pésimo candidato. No me suena irme a buscar votos. Mira que lo que ha determinado mi vida política es que soy mejor tras bambalinas, soy mejor hablándole al candidato, construyendo programáticamente, o en la ejecución misma.

Ya el presidente lo llamó y le dijo que lo necesitaba en la SAE, luego en el Ministerio de Educación. Lo puede llamar y decirle: Daniel, lo necesito en una lista para el Senado de confianza...

No me hubiera puesto acá, porque tendría que ser ministro de Educación por un periodo muy corto. Pero yo sí sueño con que Colombia pueda tener un gobierno legítimamente de izquierda, progresista, que determine, como se ha determinado en otras latitudes, un cierre de brechas, una prosperidad económica. Este no es, Gustavo Petro es el primer presidente de izquierda, pero este no es un gobierno de izquierda. Este es un gobierno de transición, es un gobierno de coalición, no es de izquierda. De hecho, es un gobierno muy conservador en muchas cosas. Pero tenemos el primer presidente de izquierda y es un avance para el país, para la gente más excluida, para la gente más atormentada por el modelo neoliberal, y yo me veo es apoyando a que próximos gobiernos sigan sacando a gente de la pobreza y de la exclusión.

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