En los últimos años, asistimos al afianzamiento de poderes autocráticos que, aunque llegan por vías democráticas establecidas, pronto rompen los principios del estado de derecho, coartan la libertad de prensa y silencian posturas ideológicas contrarias. Sus líderes, con narrativas centradas en la grandeza nacional, no dudan en establecer alianzas pragmáticas con otros regímenes autoritarios, aunque disten ideológica, política y culturalmente entre sí.
Lo paradójico es que estas tendencias autoritarias parecen tener eco positivo en gran parte de la opinión pública, que, ante el desencanto con las democracias liberales y la promesa de un orden, seguridad, prosperidad o identidad nacional, acepta incluso con entusiasmo, su pérdida de derechos y libertades.
Líderes de los 32 miembros de la OTAN en Washington DC. Foto:Getty Images
En este contexto, China se presenta como el mayor defensor del libre mercado global, promoviendo una narrativa de apertura económica y estabilidad política, sin comprometerse tanto con los derechos humanos ni con las libertades civiles. Su creciente influencia se extiende a través de inversiones estratégicas, megaproyectos de infraestructura, acuerdos bilaterales y desarrollos tecnológicos.
Mientras tanto, Rusia busca reposicionarse como potencia global, ya no desde el legado del ideario soviético, sino evocando la Rusia zarista, autoritaria y expansionista. Estados Unidos, por su parte, parece replegarse bajo banderas nacionalistas, perdiendo su rol tradicional de garante del orden liberal internacional, construido tras la Segunda Guerra Mundial.
A esto se suman múltiples crisis abiertas: la guerra en Ucrania, el conflicto en Gaza, la persistente tensión en Cachemira, la descomposición en Yemen, la guerra no resuelta en Siria, y fenómenos más difusos, pero igualmente disruptivos como el fortalecimiento de los carteles en México o el recrudecimiento del conflicto armado y su pugna contra el narcotráfico en Colombia.
Quizás, nos encontramos frente a una era de post - libertad en la que lo relevante no sea precisamente la defensa de esta con todo lo que implica, sino más bien, una donde el conflicto no será entre ideologías del lado del capitalismo o del comunismo, sino entre apertura y cierre de mercados, pluralismo social y exclusión humana, derechos humanos en progreso y soberanía absoluta, transparencia administrativa y control algorítmico. En este contexto, repensar el orden mundial es también una urgencia ética y política.
Un palestino llora a las puertas del hospital Al-Shifa de la ciudad de Gaza. Foto:AFP
Cuatro escenarios futuros se levantan:
1. Multipolarismo competitivo
Las potencias globales y regionales (China, EE. UU., Rusia, India, la Unión Europea como bloque, Brasil, entre otras) continúan compitiendo sin que ninguna logre establecer una hegemonía duradera. La gobernanza global se fragmenta cada vez más, dando paso a alianzas coyunturales, regímenes híbridos y una diplomacia de transacción. La cooperación internacional es funcional, limitada y sectorial - clima, pandemias, comercio, drogas, tráfico de armas - pero sin marcos comunes de valores o principios democráticos.
2. Autoritarismo globalizado
Atraídos por la eficiencia tecnocrática y el crecimiento económico sin democracia, más países adoptan modelos autoritarios con fuerte uso de vigilancia tecnológica, control de la información y restricción de libertades. La legitimidad se basa en resultados económicos, orden social y orgullo nacional, con baja tolerancia al disenso. En este escenario, los derechos humanos quedan subordinados a la soberanía estatal y el desarrollo económico.
175 prisioneros de guerra ucranianos tras un intercambio en un lugar no revelado. Foto:AFP
3. Renovación democrática resiliente
En reacción a los abusos autoritarios y la desigualdad creciente, pueden emerger nuevos liderazgos regionales por ahora, que evocan la legitimidad democrática desde abajo. Se podrían fortalecer instituciones multilaterales con reformas profundas y desde la sociedad civil, redes transnacionales de defensa de la democracia, la transparencia y la justicia social. Por supuesto esto requerirá de una ciudadanía activa, una verdadera alfabetización digital que logre mejores desempeños de los ciudadanos ante el desborde tecnológico y por supuesto una prensa libre capaz de resistir la desinformación.
4. Colapso del orden internacional
En el peor de los casos, la acumulación de crisis localizadas - guerras regionales, colapso climático, crisis humanitarias, ciberataques, pandemias futuras – puede desbordar las capacidades estatales y multilaterales. La lógica de "sálvese quien pueda" puede predominar lo que abre la puerta a la persistencia de tensiones con conflictos crecientes, migraciones masivas y el sentido de un desgobierno global. Aunque este escenario suene a distópico, es probable si no se construyen mecanismos de cooperación real y prevención de crisis al mayor nivel.
De ahí que no haya claridad del mundo que se avecina. Las tendencias actuales no son inevitables, pero sí urgentes de comprender y confrontar. El nuevo orden no será solo el resultado de decisiones de las grandes potencias, sino también de las respuestas colectivas que demos desde la sociedad civil global, el conocimiento científico puesto al servicio de los grandes retos – se demostró hace unos años ante la crisis del covid-19 - las tecnologías éticas y los espacios de inclusión real. Comprender, resistir e incluso recomponer el poder global se convierte, en este tiempo histórico, en una tarea de primer orden.
Foto:iStock
Finalmente, el reto de una gobernanza global efectiva se vuelve más complejo en un mundo cada vez más incierto, fragmentado, pero paradójicamente interdependiente si de tecnologías se trata.
A diferencia del orden surgido tras la Segunda Guerra Mundial, que se cimentó en gran parte sobre la lógica de la disuasión nuclear y el temor a una destrucción mutua -la llamada "paz del terror"-, el actual panorama no cuenta con un principio de contención claro ni con acuerdos de alcance universal.
Por el contrario, la incertidumbre es la que irrumpe sobre la fragilidad de las instituciones defensoras de los derechos humanos, las presiones y contradicciones que demandan los flujos migratorios y el declive de potencias incapaces de abanderar como en ataño, modelos idealizados o no, de vida y progreso ante las incontrastables ideas de un mercado global como única alternativa a la crisis actual, aunque sea precisamente ese mercado global, el responsable en gran medida de la exclusión de una parte de la humanidad desde la que se originan las grandes dificultades de hoy que evidencian el fracaso de un mundo en inclusión y paz, como el que se plasmó en la Carta de las Naciones Unidas de 1945.
Germán Ortiz Leiva,
*Catedrático en la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario.