—¡Apáguenlo! ¡Métanlo en una caja de hierro bajo llave y entiérrenlo! El celular que tienen en sus manos, y en las de sus mujeres y sus hijos, es el asesino —había dicho el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, en un discurso en febrero pasado.
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Nasrallah estaba convencido de que Israel —su enemigo mayor— usaba las redes de telefonía celular para ubicar a los miembros de su movimiento. Por eso llevaba varios años insistiendo en la necesidad de acudir a una tecnología de comunicación más simple, incluso anticuada: pedía volver al beeper. Su uso ya había empezado a extenderse entre los miembros de la milicia libanesa, convencidos de que ahí su información y ubicación estaban más a salvo. Lo que ni Nasrallah ni ningún integrante de Hezbolá esperaba era que esos pequeños aparatos se convertirían poco después en unos verdaderos caballos de Troya.
Lo primero que sintieron, el martes pasado, fue el sonido que anunciaba un mensaje. Eran las 3:30 de la tarde en Líbano. Algunos estaban en el mercado comprando fruta, otros iban por la calle en motocicletas, unos más descansaban en sus casas o hacían fila en un supermercado. Hubo alguno que en ese momento le pidió a su hija que le acercara el aparato que empezaba a sonar. Quizás pensaron que se trataba de un mensaje urgente de sus jefes. Pero en lugar de eso, al tocar el beeper, al sacarlo del bolsillo o acercarlo a su cara para verlo mejor, lo que vino fue una explosión. Una, dos, tres, cientos de explosiones inundaron el país, sobre todo en las zonas que son baluartes de Hezbolá. Algunos videos los muestran retorciéndose en el suelo, dando alaridos, mientras sale humo de sus bolsillos o de sus maletines.
Las ambulancias sonaban por todas las esquinas y los servicios médicos colapsaron ante la cantidad de personas que llegaban con heridas, sobre todo en los rostros, en las manos, en las caderas, según el lugar donde hubieran tenido el buscapersonas. Los voceros médicos reportaron más de cuatrocientas cirugías realizadas solo ese día como consecuencia del ataque. Hubo once muertos y más de tres mil heridos. Dos niños perdieron la vida. Fatima Abdullah, de 9 años, fue quien salió a buscar el beeper para llevárselo a su padre.
Uno de los heridos, según medios locales, resultó ser el embajador de Irán en el Líbano, Mojtaba Amani. No se sabe si él tenía en su poder uno de los dispositivos o si estaba cerca de alguien que lo llevaba consigo. Hezbolá reconoció que ocho de los muertos eran combatientes. Hasta ese momento la identidad de sus miembros había sido un secreto incluso para sus familiares. Este ataque rompió con ese misterio y dejó en claro que cualquier vecino podía ser uno de ellos.
Los beepers de miles de miembros de la milicia chií habían explotado al unísono: no podía tratarse de una casualidad. Era evidente que habían sido cargados con algún tipo de explosivo. ¿Podría pasar con otros aparatos? El pánico atrapó a la gente en general, que corrió a apagar sus celulares, a desconectar sus electrodomésticos, sus portátiles, los monitores de los bebés. Si un buscapersonas había causado tal caos, cualquier cosa podía ser un arma letal.
Hezbolá comenzó a hacer una revisión de sus sistemas de comunicación, pero no alcanzó a finalizarla cuando llegó el segundo ataque. Sucedió al día siguiente, mientras cientos de personas asistían a los funerales de algunas de las víctimas del martes. En ese momento empezaron las nuevas explosiones, ya no de los beepers, sino de los walkie-talkies. La gente corría en busca de refugio. Se oían gritos que pedían que se alejaran de los aparatos, que los apagaran. Este segundo ataque provocó veinticinco muertos —al parecer los dispositivos tenían más explosivo y así resultaron más letales— y al menos seiscientos heridos.
Una empresa fantasma y un poderoso explosivo
En el momento de pensar en responsables, los ojos de inmediato se dirigieron a Israel. Hezbolá e Israel han tenido una historia de conflicto —desde el nacimiento de la milicia proiraní, en la década de los ochenta— que se ha acrecentado el último año. A lo largo de estos meses sus enfrentamientos han sido constantes debido a la solidaridad que Hezbolá le ha brindado a Hamás.
Israel —por medio de su famosa y temida agencia de inteligencia, el Mossad— ya venía calculando un ataque de estas dimensiones. La inteligencia israelí conocía la inclinación de la milicia chií por usar beepers y habían diseñado un plan sofisticado para interceptarlos. Según expertos en seguridad consultados por The New York Times, Israel había creado de tiempo atrás una empresa fantasma que ofrecía la fabricación de estos dispositivos. BAC Consulting, con sede en Hungría, era en realidad una tapadera que producía este tipo de aparatos para diferentes clientes. Aunque solo les interesaba uno de ellos: Hezbolá.
Los aparatos eran manipulados para ocultar junto a su batería pocos gramos de Pent, uno de los explosivos más poderosos, además de un interruptor para accionarlos a distancia.
El grupo libanés había encargado más de tres mil beepers con el fin de distribuiros entre sus miembros en Líbano y algunos en Irán y Siria. Los dispositivos, la mayoría modelo AR924, tenían el sello Gold Apollo, una empresa de alta tecnología taiwanesa con la cual BAC Consulting había negociado el permiso para usar su marca. Durante la fabricación, los aparatos eran manipulados para ocultar junto a su batería unos pocos gramos de Pent —uno de los explosivos más poderosos—, además de un interruptor que les permitiría accionarlos a distancia.
El envío de los beepers hacia Hezbolá empezó en 2022 y se fortaleció a comienzos de este año, cuando el líder del movimiento lanzó su petición de “enterrar los celulares” y pasarse al buscapersonas. Según una fuente cercana a la milicia consultada por la agencia AFP, “los que estallaron correspondían a un envío reciente”. Los agentes de inteligencia israelíes los despachaban mediante su fábrica fantasma, a la espera de que llegara el momento preciso para hacerlos estallar.
El miércoles, tras los ataques, los medios de comunicación con base en Taipéi llegaron a las oficinas de Gold Apollo a indagar por lo sucedido. Allí ya se encontraban miembros de la Fiscalía taiwanesa haciéndole preguntas al presidente y fundador de la firma, Hsu Ching-kuang. Le pidieron todo tipo de detalles sobre sus socios y sus contratos. “No son nuestros productos”, se apresuró a decir Hsu Ching-kuang y aclaró que estos dispositivos habían sido fabricados por BAC Consulting, que contaba con su autorización para usar su marca y distribuirlos en diferentes regiones. El Gobierno de Hungría, por su parte, afirmó que los aparatos no habían sido elaborados en su territorio. Los detalles de este caso tardarán en conocerse. Sus consecuencias, en cambio, han comenzado a verse de inmediato.
"El ajuste de cuentas sucederá"
“Esto es puro terrorismo. Los llamaremos masacre del martes y masacre del miércoles. Es una declaración de guerra”, dijo el líder de Hezbolá, el jueves pasado. Y llegó la advertencia del “justo castigo”: “No hablaré del lugar, del momento, la locación. Ustedes se enterarán cuando pase. El ajuste de cuentas sucederá”.
Nasrallah reconoció, además, que había sido un ataque “sin precedentes” en la historia de su movimiento. En general se han oído todo tipo de adjetivos para describir el hecho: audaz, atrevido, ingenioso, preciso, “de película”. No es ni mucho menos la primera vez que el Mossad da muestras de sus particulares alcances. Tanto Hezbolá como otros grupos apoyados por Irán —e Irán mismo— han sido objetivo de la inteligencia israelí en acciones protagonizadas por la más avanzada tecnología.
Este caso ha llevado a recordar el del científico iraní Mohsen Fakhrizadeh, que según Israel lideraba el programa nuclear de ese país y era una amenaza para su seguridad. Fakhrizadeh fue asesinado en 2020 en un ataque que, dicen, tuvo la firma del Mossad y fue ejecutado por un robot manejado con inteligencia artificial.
Los servicios israelíes ya habían atacado mediante la explosión de teléfonos celulares. Pero hasta el momento se habían tratado de casos aislados en los que se veía implicado un solo dispositivo. La acción masiva y simultánea llevada a cabo con beepers y walkie-talkies fue de otro nivel y, más allá de la sorpresa, ha generado debate. Una de las críticas es que se haya realizado en lugares donde se pudo afectar a civiles. “Las explosiones en Líbano parecen haber sido selectivas, pero tuvieron graves daños colaterales indiscriminados entre los civiles. Hubo niños muertos”, dijo el alto representante de la Unión Europea, Josep Borrell. El alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, dijo ante el Consejo de Seguridad que está “consternado por el impacto de los atentados”. “Es un crimen de guerra cometer actos de violencia destinados a sembrar el terror entre la población civil”.
Este tipo de observaciones no parecen afectar las intenciones de ninguno de los dos bandos. El ministro de Defensa de Israel, Yoav Gallan, anunció “el comienzo de una nueva fase en esta guerra”, que al parecer tiene a Líbano como objetivo, incluso más allá de Gaza. Hezbolá, por su parte, acusó el golpe —la humillación, como lo han definido, su “mayor fracaso de contrainteligencia en décadas”—, pero eso no va a llevarla a retroceder en su intención bélica
La reacción de ambos lados, tras los ataques del martes y del miércoles, ha sido acelerar sus ofensivas. El viernes Hezbolá disparó decenas de cohetes contra bases militares israelíes y, por su parte, Israel respondió con ataques de mayor intensidad y afirmó haber matado a uno de sus líderes estratégicos, Ibrahim Aqil, jefe de las fuerzas élite. Lo que muchos temen, ante este nuevo panorama, es que las aguas se tornen todavía más turbulentas y terminen por provocar una confrontación más amplia, una guerra regional de consecuencias nefastas.