Silvana Estrada nació en Veracruz, México, y su primer amor fue la música. Ese amor la ha llevado a recorrer varios países del mundo: desde España hasta Argentina, luego, a partir de allí recorrió Latinoamérica, pasó por Chile, Perú, Ecuador y Venezuela, pasó a Colombia para luego aterrizar en México otra vez. En Colombia agotó 3 fechas en Bogotá, todas en menos de 24 horas. Anunció una cuarta, que en menos de una semana logró vender la mayoría de los asientos. Lo mismo pasó en Medellín. Y aunque para muchos aquellos números son los que hablan (y también se deslumbran por su Grammy Latino, que ganó en 2022), quien la ve en el escenario o la escucha con atención, podrá descubrir un brillo más sincero: el de una artista que se desnuda emocionalmente ante otros.
Conforme a los criterios de
Su primer amor lo encontró por diferentes frentes. De sus papás aprendió el cuidado, la paciencia y la autenticidad que implica el arte. “Mis padres son luthiers. También son músicos. Crecer rodeada de músicos y de música, es crecer rodeada de naturaleza. Para arreglar un instrumento se necesita paciencia y tiempo. Y viví en el campo, en donde debía tener paciencia para esperar los ciclos de la naturaleza. Al final, los instrumentos que hacían mis papás venían de bosques. No de los nuestros, de unos más lejanos. Todos esos sonidos, de las cuerdas y del ambiente, me formaron”, cuenta Silvana en la entrevista con EL TIEMPO.
Eso no fue lo único que aprendió. La mayoría de sus canciones hablan sobre la tristeza, el dolor y el desamor. De hecho, le dedicó un álbum a ese último sentimiento. Lo tituló ‘Marchita’, y en él hizo un viaje hasta el perdón, el olvido y la aceptación. Sin embargo, para Estrada nada de eso la hace sentir triste. “Crecer con la idea del tiempo y de trabajar para que un músico pueda tocar su instrumento, verlos llegar y probar sus instrumentos por primera vez… eso era una fiesta. La música es una celebración, es muy alegre. A mí me preguntan que por qué hago música tan triste siempre, pero la visión de la música que me dieron mis papás es de comunión, de colectividad, de algo que hace que la gente sane, sienta y dialogue”.
Estrada hace pausas para respirar al hablar. No tiene afán. También sonríe mucho. “Para mí, en la música no está la figura del artista como alguien inalcanzable, sino que todos estamos en un circuito, todos cantamos y bailamos. Es la visión jarocha de la música, así se forma un fandango”.
El fandango, una de las claves para escuchar a Estrada. La expresión musical típica veracruzana hizo hogar en el corazón y mente de la artista, quien no sólo nutrió su arte de sus padres, sino también de los libros que leía, sobre todo, de la poesía. De ellos aprendió lo que era una lírica, y se dio cuenta cómo quería que sonaran sus palabras al cantar. Es lo mismo que sucede en el son jarocho, sólo que ella le añadió algo más. “Me gusta mezclar el son jarocho, el jazz y la música clásica. También los diferentes sonidos latinoamericanos, de cuerda y percusión”.
Puede parecer que menciona demasiados géneros, pero Estrada los sabe congregar bien. Su mejor amigo es el cuatro venezolano. Lo aprendió a tocar al mismo tiempo que el piano, pero mientras en el piano tenía técnicas y partituras, en el cuatro tenía su imaginación. Se dejaba llevar, inventaba.
La música crea un espacio en el que se le puede dar nombre a las emociones. Si una canción habla del dolor, uno lo deja ver y lo deja salir. Eso también permite sanar.
Eso fue algo que aprendió del jazz: a ser libre, a improvisar. Se inspiró en los discos que encontró de Nina Simone. De Simone aprendió que la voz no sólo sirve para entonar palabras sino también melodías. E incluso, en medio del frenesí que conoció al apreciar el jazz, también empezó a aprender a tocar la trompeta. Le ayudó a respirar mejor y encontrar su voz. “Todo eso moldeó un cerebro y un sonido, el mío. Tiene cosas buenas y malas, pero yo estoy feliz”.
Música de sanación
Estrada sabe que es emocional. Y sabe que eso no es malo. Desde pequeña aprendió a sentirse cómoda al llorar. Lloraba cuando estaba triste, pero también cuando estaba feliz y cuando estaba enojada. “La música crea un espacio en el que se le puede dar nombre a las emociones. Si una canción habla del dolor, uno lo deja ver y lo deja salir. Eso también permite sanar”.
Hoy en día también llora. Llora literalmente, y llora en sentido figurado cuando se sube al escenario y la voz se le desgarra cantando sobre el dolor, el amor, la tristeza y la felicidad. Su público llora con ella.
“He notado que muchas personas esperan que mis presentaciones sean un momento terapéutico. Siento que en mis conciertos, al ponerme en una situación de vulnerabilidad en la que realmente abro mi corazón, cuento mis historias y soy muy transparente, la gente se siente cómoda de hacer lo mismo. Siempre intento ser cuidadosa con las personas, estoy muy pendiente. Quiero que en mis conciertos la gente tenga la oportunidad de vulnerarse sabiendo que ese es un espacio seguro y que el llanto es un viaje propio hacia adentro, hacia los sentimientos”, expresó.
Usar la palabra "desgarra", para hablar de lo que hace Estrada al cantar no es un eufemismo. Estrada ama cantar. Tanto, que cuando se enfermó y la garganta se le inflamó, prefirió ir al médico una y otra vez a que le pusieran una inyección que interfiriera con el dolor. Y aunque dejaba de dolerle por momentos, no pudo tapar con un dedo el problema de salud que la enmudeció de a pocos. Un martes, en medio de su gira por Colombia, cuando aún faltaban tres conciertos en Bogotá, Estrada no pudo más.
Para anunciarlo escribió una carta: “Les quiero pedir una disculpa del tamaño de un corazón adolorido (...) Ojalá cantar no dependiera de este cuerpo que ahora está mudo y llora. Pensé en inyectarme una vez más para hacer el show de hoy pero ya me advirtieron que está mal y me puede afectar más”. Fue una disculpa con tintes poéticos, y la noticia fue recibida con compasión. Al final, todo se reprogramó.
En medio de una industria musical acelerada y exigente, y de públicos que a veces ven el arte como servicio y no como experiencia, los asistentes de Bogotá le mandaron abrazos, cartas y buenos deseos. “La gente que me escucha es una comunidad. Hay otra cosa muy hermosa que pasó en Bogotá y es que hubo gente que se quedó sin boleto y hubo otras personas que por los cambios de fecha no pudieron asistir. En la reventa todo el mundo dejó el mismo precio, no pasó lo que suele pasar que es que los revendedores duplican lo que pagaron. A mí se me acercan y me dicen que la gente que me escucha es muy buena persona. No quieren ganar nada extra, quieren que todos disfruten de la música”.
Una comunidad
A mí me preguntan que por qué hago música tan triste siempre, pero la visión de la música que me dieron mis papás es de comunión, de colectividad, de algo que hace que la gente sane, sienta y dialogue.
La comunidad que construyó Estrada, la construyó desde el escenario. Allí, en medio de sus conciertos, que ella describe como “un ritual”, Estrada hace música y teatro, pues nunca abandonó el son jarocho, que se zapatea. Ahora ella también baila y actúa. Eso ha sido suficiente para que alrededor de ese ritual se forme una familia. “Me veo muy reflejada en la gente que me escucha. Hay algo muy bonito y es que no sólo se crea comunidad con el público sino también con las demás artistas del gremio musical. Trabajar con mujeres maravillosas que me inspiran y me aconsejan es muy valioso. Me han hecho sentir que tengo muchas cosas valiosas para aportar a la industria, y me han hecho estar muy abierta a otras cosas. Como mujer y como feminista defiendo la idea de crear una red, de apoyarnos incluso más allá de nuestras carreras musicales. Eso es lo que nos mueve a todas: la empatía, la solidaridad y la sororidad”.
Al final, esos mismos tres sentimientos mueven al público y le ayudan a Estrada a sanar. “La gente me dice: 'gracias por cantar esa canción, fue con la que despedí a mi padre'. O también me dicen: 'acabo de terminar una relación muy larga y tu concierto fue la despedida y el cierre que necesitaba'. Ese tipo de cosas pasan, la gente me las cuenta y yo siento la confianza”.
La confianza es clave para Estrada, es lo que la mantiene en los escenarios. Ella nunca escucha su música a no ser que la tenga que ensayar o tocar en vivo. Ver las reacciones es lo que le llena el corazón. “Me cuesta mucho escuchar mi voz. Creo que eso le pasa a todo el mundo desde diferentes ángulos, incluso si no cantan. Tengo amigas que no pueden escuchar sus propios mensajes de voz”.
En su caso, a veces incluso le cuesta cantar. La voz se le rompe por dentro, por el dolor. “La canción que más me ha costado escribir y cantar, porque me dolió mucho hacerlo, es ‘Si me matan’”. La canción que Estrada menciona la sacó en 2021, habla sobre la violencia contra las mujeres, un problema que en México ha ido en aumento. Según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), 3.462 mujeres fueron víctimas de feminicidio en ese país en 2021, cuando se estrenó la canción. En medio de la coyuntura, Estrada cantó: “Cuando me encuentren, que digan siempre, que digan siempre, que fui cantora, viviendo sueños que como todas, crecí con miedo (...) Si es que me encuentran, llénenme de flores, cúbranme de tierra, que yo seré semilla para las que vienen”.
Eso le abrió una herida en el alma que la hizo incapaz de entonar los versos. Sin embargo, esa barrera la rompió cuando encontró compañía. “Cuando hicimos el video la interpreté junto a otras mujeres y ellas lloraron mucho conmigo. Cuando la interpreto en vivo, otras mujeres lloran conmigo. Las mujeres que me escuchan me hacen sanar y encontrar la paz”.
LOREN SOFÍA BUITRAGO
@soofisaurio
Para EL TIEMPO